
Charla sobre la primera aplicación a escala masiva de los principios urbanísticos modernos. ¿Reconstrucción literal o modernización radical? La reconstrucción de los centros urbanos tras la Segunda Guerra Mundial. La construcción de nuevas ciudades: los New Town en Inglaterra.1
El presente texto se centra en la relación entre la arquitectura moderna y las instituciones públicas, con un enfoque específico en cómo estas instituciones, tras la Segunda Guerra Mundial, instrumentalizaron las ideas de los arquitectos modernos para llevar a cabo ambiciosos programas de vivienda pública, la construcción de nuevas ciudades y la edificación de centros escolares. Estos proyectos fueron percibidos como parte de un esfuerzo por fortalecer los estados de bienestar, garantizando servicios públicos a los ciudadanos. El texto tiene como objetivo proporcionar un contexto que permita entender cómo se implementaron por primera vez las ideas modernas de arquitectura a gran escala y cómo, a su vez, esta aplicación generó una fuerte reacción crítica por parte de arquitectos de las generaciones más jóvenes en el periodo de posguerra.
La exposición organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) en 1932, titulada Modern Architecture: International Exhibition, comisariada por Hitchcock y Johnson. Este evento marcó la entrada de la arquitectura moderna en los museos, lo que refleja la difusión de las nuevas ideas en Europa y los Estados Unidos durante el periodo de entreguerras. Aunque se considera hoy como una prueba significativa de la popularización de la arquitectura moderna, la principal vía de difusión había sido en realidad la mediatización de estas ideas a través de revistas especializadas en arquitectura y arte, como The Stigl, The Spirit Nouveau, La Architecture Vivante, Domus, entre otras.
Beatriz Colomina, en su obra Privacidad y Publicidad: La arquitectura moderna como medio de comunicación de masas, sostiene que el principal escenario de producción arquitectónica se trasladó desde los edificios hacia medios más inmateriales como publicaciones, exposiciones y revistas. De manera paradójica, aunque estos medios parecen más efímeros que la construcción de un edificio, en realidad tienen un impacto más duradero, ya que aseguran un lugar en la historia de la arquitectura, al mismo tiempo que crean un espacio histórico diseñado por historiadores, críticos o incluso los propios arquitectos. Estos arquitectos, al escribir sobre su obra, estaban literalmente construyendo su propia historia. Colomina argumenta que la arquitectura moderna solo puede considerarse moderna cuando se compromete con los medios de comunicación. Este compromiso fue crucial, dado que la obra de los arquitectos del movimiento moderno se difundió principalmente a través de la fotografía y los medios impresos.
Con estas reflexiones iniciales, se puede identificar una característica fundamental de la arquitectura moderna antes de la Segunda Guerra Mundial: su mediatización a nivel global. Esta mediatización implicaba una pretendida internacionalización y una difusión de las nuevas ideas a casi todos los rincones del planeta, al menos en forma de publicaciones de arquitectura. No obstante, la construcción de proyectos de arquitectura moderna a gran escala estuvo en gran medida limitada a contextos europeos. Países como Checoslovaquia, Inglaterra, Finlandia, Francia, España, Holanda, Alemania, Italia, Suecia y los Estados Unidos fueron los principales focos de esta internacionalización, con una presencia más reducida en otras regiones del mundo.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, la arquitectura moderna, aunque predominantemente europea, ya contaba con diversas experiencias en América, Brasil y Japón. A pesar de los esfuerzos por expandir sus horizontes, la arquitectura moderna parecía estar bien equipada para enfrentar los desafíos postbélicos. Estaba respaldada por una vasta cantidad de libros, revistas, congresos y películas, lo que indicaba una preparación teórica y práctica notablemente sólida. De hecho, en el contexto de este curso, se aborda cómo la arquitectura después de la Segunda Guerra Mundial se vio ante la necesidad de adaptarse a la destrucción global provocada por el conflicto, aunque, en términos de impacto, los efectos más devastadores fueron especialmente notables en las naciones cercanas a Alemania.
Desde Coventry hasta Osaka, pasando por Kaenaminsk, Hamburgo, Dresden y Milán, la desolación posguerra se extendió con una magnitud sin precedentes. Aunque los bombardeos aéreos ya habían sido utilizados durante la Primera Guerra Mundial, fue bajo el régimen nazi que se sistematizó su uso, inicialmente contra ciudades y, posteriormente, contra la población civil, lo que marcó un punto de inflexión. Tras la invasión y la destrucción, este enfoque sería replicado por los aliados, lo que resultó en una destrucción masiva que superó todo lo conocido hasta entonces. El uso de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki subraya el alcance de la devastación.
Curiosamente, esta catástrofe a gran escala dio paso a la realización de un sueño largamente anhelado por muchos urbanistas modernos, quienes habían soñado con la demolición de barrios enteros en Francia o Alemania para dar lugar a sus utopías urbanas. La destrucción provocada por la guerra, de manera paradójica, brindó la oportunidad para que estos proyectos tomaran forma, aunque nadie habría deseado tal resultado. De este modo, principios como los de la Carta de Atenas, con su propuesta de separar la ciudad en funciones de ocio, residencia, trabajo y circulación, pudieron finalmente aplicarse en la práctica.
La industrialización de la destrucción, impulsada por la aviación y la armamentística, permitió la implementación masiva de soluciones urbanísticas que hasta ese momento habían sido experimentales o meramente teóricas. Los principios modernistas, que antes solo existían en el ámbito conceptual, finalmente encontraron un camino hacia la realización constructiva. Este avance, aunque producto de una tragedia, abrió la puerta a nuevas formas de planificación urbana. Los responsables de aplicar estos principios fueron, en última instancia, los gobiernos, que, a través de políticas públicas y grandes programas de reconstrucción, se encargaron de la construcción de viviendas, escuelas, espacios públicos y otras infraestructuras.
Las políticas públicas tras la Segunda Guerra Mundial, especialmente en Europa, fueron fundamentales para dar forma al modelo del Estado de Bienestar, cuyo propósito era garantizar los derechos sociales de los ciudadanos, tales como la educación, la vivienda y la sanidad. Este modelo político surgió como una respuesta al “Estado de Guerra” impuesto por la Alemania nazi, posicionándose como un pilar del desarrollo social y económico en la posguerra. Sin embargo, el debate sobre cómo llevar a cabo este proceso no estuvo exento de tensiones, especialmente en lo que respecta al papel de la arquitectura y el urbanismo en la reconstrucción.
Uno de los aspectos más notables de este periodo fue la aplicación de los principios del Movimiento Moderno a gran escala en la creación de nuevos barrios residenciales en las periferias de las grandes ciudades. Este enfoque fue considerado particularmente adecuado para la realización rápida de viviendas en un contexto de urgente necesidad de alojamiento. La participación de arquitectos en los planes estatales, si bien no fue algo completamente nuevo, adquirió una magnitud sin precedentes, ya que se involucraron en la construcción de equipamientos públicos, desde ayuntamientos hasta centros educativos y sanitarios, así como en el planeamiento de nuevos desarrollos residenciales.
No obstante, este proceso de modernización impulsado por el Estado de Bienestar también dio lugar a una burocratización de la arquitectura, que fue criticada con el tiempo por las generaciones más jóvenes de arquitectos. La crítica apuntaba a una concepción de la arquitectura como mera respuesta funcional a las necesidades sociales, desprovista de la riqueza histórica y cultural que los edificios anteriores al conflicto ofrecían. La pregunta sobre cómo reconstruir las ciudades devastadas se tornó central en el debate: ¿Deberían reconstruirse literalmente las estructuras destruidas para recuperar lo perdido durante la guerra, o era más conveniente realizar una modernización radical de los centros urbanos, erradicando las trazas históricas?
Ejemplos como la reconstrucción casi total de Varsovia ilustran esta tensión. La ciudad no solo fue restaurada en términos de su forma, sino que también se buscó devolver su identidad a un país marcado por el trauma de la guerra. Sin embargo, este proceso de restauración literal también involucraba un dilema sobre la autenticidad y la memoria histórica, elementos que no se limitaron a las ruinas físicas sino que se extendieron a la esfera política y cultural de la posguerra.
La crítica al modelo de intervención masiva del Estado de Bienestar en la arquitectura se hizo evidente en las décadas posteriores, cuando los arquitectos comenzaron a cuestionar la deshumanización y homogeneización de las ciudades que resultaron de una planificación estricta y utilitaria. Este cuestionamiento, que surgió con fuerza en las generaciones posteriores, resuena aún hoy en los debates sobre la relación entre arquitectura, urbanismo y sociedad.
El análisis de la reconstrucción urbana post-bélica, centrado en el caso de Varsovia, pone de manifiesto una de las aproximaciones más complejas a la preservación histórica, con implicaciones tanto sociales como arquitectónicas. A pesar de que el 90% del centro urbano de Varsovia fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial, la reconstrucción llevada a cabo entre 1945 y 1953, bajo los proyectos de Matthew Nowicki y Zygmunt Skidniewski, fue reconocida por la UNESCO como patrimonio mundial. Este tipo de reconstrucción literal se alinea con la noción de creación de barrios-museo, en los que las partes históricas de las ciudades se conservaban rigurosamente, preservando una identidad visual, pero a costa de un proceso de gentrificación que expulsó a la clase trabajadora de los centros urbanos.
Este fenómeno refleja una contradicción inherente en las políticas de preservación: mientras se intentaba salvaguardar la apariencia histórica, surgía una necesidad de modernización que, en muchos casos, se manifestaba en la creación de nuevos barrios residenciales fundamentados en los principios más radicales del modernismo. En este sentido, la restauración de Rothenburg y la reconstrucción de Varsovia se enmarcan dentro de un mismo concepto de conservación, pero con un claro trasfondo de renovación social y urbana que llevó a la creación de espacios habitacionales pensados desde una óptica funcionalista. Este modelo, sin embargo, no fue universalmente aceptado. Arquitectos como Auguste Perret defendieron la idea de una modernización que no destruyera por completo las estructuras urbanas tradicionales. Su trabajo, como la reconstrucción de Le Havre, demuestra cómo una composición urbana más clásica podía combinarse con la modernidad constructiva sin comprometer totalmente la esencia del espacio urbano tradicional.
A este enfoque se le contrapone la visión de modernización radical promovida por el grupo MARS y los CIAM. Proyectos como los de Londres, según el plan del grupo inglés, y Berlín, bajo la propuesta de Hans Arun, concebían nuevas ciudades funcionales en gran escala, organizadas de manera estricta según un orden de funciones y con un fuerte énfasis en la circulación del tráfico motorizado. Este tipo de planificación, inspirada por la Carta de Atenas, fue parte de una visión integral de la modernidad urbana que no solo reorganizaba el espacio sino que lo transformaba por completo, eliminando las tramas históricas y creando un nuevo orden urbano regido por la eficiencia funcional.
Dentro de estos movimientos, la obra de Le Corbusier es clave. Aunque sus propuestas de reconstrucción a gran escala, como el proyecto para Sandia, nunca se materializaron, su influencia sigue siendo relevante en proyectos posteriores como la ciudad de Chandigarh en la India. Desarrollada principalmente por Lucio Costa y Oscar Niemeyer, Brasilia es otro ejemplo emblemático de modernización radical, que trasciende la lógica de la restauración literal para implementar un plan urbanístico completamente nuevo, fundamentado en los principios del movimiento moderno.
Al final, lo que ocurrió no se puede encasillar ni en una reconstrucción literal ni en una modernización radical. La verdadera tendencia que prevaleció, como se argumentará, fue una postura intermedia: la aplicación de sistemas previamente probados antes de la guerra, los cuales combinaron una expansión regional a través de ciudades satélite y nuevos barrios residenciales con la renovación urbana. Es decir, los centros de las ciudades se renovaban o reconstruían, con el intento de preservar una atmósfera histórica, mientras que la expansión urbana se dirigía hacia el perímetro de las ciudades mediante la construcción de nuevos barrios residenciales, que adoptaban de manera efectiva los principios de la Carta de Atenas, como la separación de funciones.
Sin embargo, lo que resulta más relevante de todo este proceso es la magnitud de la intervención estatal en la construcción de esos nuevos barrios y viviendas, que alcanzó una escala sin precedentes después de la Segunda Guerra Mundial. No solo se trató de la construcción de nuevas infraestructuras de comunicación, sino también del desarrollo de una vasta red de equipamientos comunitarios. Estos dos aspectos constituyeron los principios rectores de la reconstrucción de posguerra, marcando una era de transformaciones que redefinirían la estructura y el funcionamiento de las ciudades, mientras plantean interrogantes sobre la naturaleza de esas intervenciones y su impacto en la identidad urbana y social.
En el análisis de la expansión urbana y la renovación de los centros históricos, se destaca un fenómeno clave en las primeras reconstrucciones de posguerra: la implementación del concepto de la unidad de vecindario, o neighborhood unit, desarrollado por Clarence Perry en los Estados Unidos. Este modelo fue adoptado y adaptado por Europa, principalmente a través de su importación desde Inglaterra, y se convirtió en un referente para la organización de nuevos barrios y equipamientos públicos. La propuesta inicial de Perry planteaba una división de la ciudad en áreas residenciales autónomas, cada una equipada con los servicios básicos para un funcionamiento independiente, lo que buscaba optimizar la convivencia dentro de una estructura peatonalizada.
El diseño propuesto por Perry preveía calles estrechas, conectadas de forma interdependiente, sin cul de sacs, y promovía una mezcla de funciones dentro del vecindario. Este enfoque, sin embargo, fue malinterpretado en la posguerra, especialmente al ser reinterpretado como una estrategia que favorecía la segregación de usos y la circulación vehicular. La aplicación del modelo neighborhood unit en el contexto posterior a la Segunda Guerra Mundial no respondió a la filosofía original de integración peatonal y cercanía, sino que terminó siendo instrumentalizado para un desarrollo suburbano dependiente del automóvil. Este giro, aunque en su momento percibido como una solución moderna, fue, de hecho, uno de los motores que impulsó la expansión de suburbios dependientes del automóvil, generando, como resultado, problemas significativos con la circulación y la congestión vehicular en las ciudades actuales.
En este sentido, el concepto de Perry, que en su origen proponía una estructura urbana que fomentaba la accesibilidad y la integración social, fue distorsionado, contribuyendo a una planificación que favoreció la segregación funcional y la dispersión urbana. Esto revela una crítica fundamental hacia las interpretaciones unilaterales de los modelos urbanos, que, lejos de promover una ciudad más habitable, propiciaron una mayor dependencia de los desplazamientos motorizados y los problemas derivados de ello.
La idea de la unidad vecinal, en su forma más básica, sostiene que cada barrio debe contar con los servicios básicos necesarios para su funcionamiento, tales como mercados, escuelas e instalaciones deportivas. Esta concepción, originada en un contexto de posguerra, se extendió como una aplicación de la idea de la separación funcional de la ciudad. Tal como señala Montaner, esta división encaja de manera precisa con el modelo capitalista de la ciudad, pues permite su producción según los objetivos y métodos propios de la empresa capitalista.
La lógica subyacente a la zonificación de funciones es indiscutible: resulta más sencillo explotar y controlar una ciudad si esta se divide en áreas monofuncionales, como zonas residenciales, comerciales o industriales. A través de esta división, además, se facilita la construcción masiva de viviendas, promovida por grandes empresas constructoras que, al realizar grandes desarrollos, pueden reducir costos y maximizar sus beneficios. Este modelo, inicialmente implementado en el ámbito público, no representaba grandes problemas en sus primeras etapas. Sin embargo, la conversión de la promoción de viviendas a manos privadas, sin una adaptación en el modelo de expansión, trajo consigo dificultades que serían evidentes décadas más tarde.
En cuanto a los nuevos barrios y ciudades construidos en Europa, las New Town británicas constituyen uno de los ejemplos más destacados y paradigmáticos. Estas, como se verá, representan una amalgama entre la tradición de la ciudad jardín y el nuevo urbanismo racionalista, emergiendo como uno de los primeros proyectos de la posguerra en el Reino Unido. En paralelo, la renovación urbana, tal como ocurrió en los barrios deteriorados de las ciudades estadounidenses, se convirtió en un intento por combatir la pobreza o, al menos, en una demostración de eficiencia gubernamental. Aunque las ciudades estadounidenses no sean necesariamente el mejor ejemplo de reconstrucción tras la posguerra, sí ejemplifican la intervención pública en la construcción de viviendas y la arquitectura. La renovación de los barrios centrales en ciudades como Nueva York, impulsada por las normativas de las Housing Acts de 1954, 1961 y 1964, fue presentada como un combate contra la pobreza.
Sin embargo, el impacto inmediato de estas renovaciones fue, según el historiador Manfredo Tafuri, el aumento drástico en el valor de las áreas circundantes, lo que favoreció la especulación inmobiliaria. De este modo, los barrios más desfavorecidos fueron reemplazados por asentamientos de mayores estándares, desplazando a las clases trabajadoras hacia las periferias, donde emergieron nuevos guetos cuya expansión coincidió con el crecimiento de la industria del automóvil. Este fenómeno, que se produjo tanto en las ciudades estadounidenses como en las europeas, transformó los centros urbanos en áreas dominadas por edificaciones terciarias. Así, los tradicionales barrios residenciales de clase media, como los que aparecen en muchas películas y series estadounidenses, se convirtieron en el correlato visual de un modelo urbano que privilegiaba la expansión periférica y la especulación inmobiliaria sobre las necesidades reales de la población.
Entre las muchas consecuencias derivadas de las intervenciones que resultaron en la expulsión de los residentes de los centros urbanos, destaca, sin lugar a dudas, el aumento masivo del tráfico hacia y desde los lugares de trabajo, con los problemas que esto conlleva. Es fundamental reconocer que esta transformación radical de las ciudades es producto de las decisiones políticas y empresariales, que, especialmente en los Estados Unidos, han estado profundamente interrelacionadas. En este contexto, los complejos residenciales financiados por el Estado terminaron desempeñando un papel marginal. En otras palabras, a diferencia de Europa, en los Estados Unidos no se han construido suficientes viviendas sociales.
Para comprender mejor este proceso de gentrificación, que implica la expulsión de las clases trabajadoras de los centros urbanos y la renovación de estos espacios con fines especulativos, resulta esclarecedor analizar series como The Wire, creada por David Simon, que presenta este fenómeno con una crudeza significativa. Sin embargo, abandonando la discusión sobre los barrios estadounidenses, es pertinente volver a centrar la atención en las New Towns del Reino Unido. La reconstrucción posguerra en este país es uno de los ejemplos más contundentes de una transformación urbana orientada hacia la arquitectura moderna, especialmente si se tiene en cuenta que el Reino Unido mostró una notable reticencia a la arquitectura moderna antes del conflicto bélico.
Intervenciones como la transformación de Coventry, una ciudad devastada por los bombardeos, implicaron una expropiación total del centro urbano, dando paso a una forma urbana moderna, algo inédito en las Islas Británicas. Sin embargo, el plan más influyente a nivel internacional fue el County of London Plan, desarrollado en 1943 por Forsow y Abercrombie. Este plan se erigió como una referencia central en el debate arquitectónico de posguerra en toda Europa. En contraste con la propuesta del Grupo Mars para Londres, que proponía una nueva estructura general tipo espina de pez sin tener en cuenta las tramas urbanas existentes, el plan de Abercrombie y Forsow presentaba Londres como una colección de comunidades. Estas comunidades no solo se definían por un análisis social y funcional, sino que sus identidades se reflejaban en las formas curvas o elipses del diseño.
Este enfoque diferenciaba claramente las comunidades más densas del centro de las más periféricas, sugiriendo un tratamiento diferenciado para cada zona. Así, el plan de Abercrombie y Forsow se alejaba de los planteamientos más radicales de la época de entreguerras, al no imponer una malla de circulación y diseño completamente nueva, sino que proponía ajustar la ciudad existente a las nuevas demandas. De este modo, se confirmaba la transición de una ciudad tradicional hacia una modernidad urbana que, aunque innovadora, seguía respetando las particularidades y necesidades de las diferentes zonas.
El proceso de consolidación de los centros históricos, como el de Londres, y la construcción de nuevas carreteras, representa una estrategia urbanística clave en la reorganización territorial de la ciudad. Sin embargo, lo más significativo fue la creación de unidades vecinales de entre 6.000 y 10.000 habitantes, que servirían como la estructura fundamental para la distribución de equipamientos esenciales, desde escuelas hasta comercios. Este enfoque respondía a un objetivo claro: frenar la expansión industrial de Londres, descentralizar tanto las residencias como las industrias, y reducir la densidad poblacional. No obstante, la idea central que emerge es la división del territorio en unidades o “clusters” que albergarían grupos sociales diversos.
Este concepto de “clusters” urbanos, que hoy podría considerarse un principio fundamental del urbanismo contemporáneo, dista considerablemente de las ideas de la primera generación de arquitectos modernos. En la visión de estos pioneros, como Le Corbusier, la ciudad debía estructurarse como una gran entidad formal, única y homogénea, como se observa en ejemplos como Brasilia, Chandigarh o diversas propuestas del propio Le Corbusier, como la Ville Radieuse. En contraste, la propuesta británica no buscaba imponer una forma única a la ciudad, sino más bien dividirla en zonas funcionales, cada una con características particulares, lo que introduce una complejidad diferente en la organización urbana.
Este enfoque no solo representa una ruptura con los ideales de la modernidad arquitectónica, sino que refleja un giro hacia un modelo de urbanismo más pluralista, donde la heterogeneidad social y funcional es vista como un factor positivo para la ciudad. Además, el plan para el condado de Londres, que abarcaba tanto el núcleo central como sus alrededores, se complementa con una propuesta detallada para la reconstrucción de las áreas devastadas por la guerra, lo que subraya la importancia de la regeneración urbana como parte de una visión global de transformación del espacio urbano.
El “Greater London Plan” de 1944 presenta un enfoque de planificación urbana radicalmente diferente, proponiendo una estructura de desarrollo territorial que divide la región de Londres en cuatro anillos concéntricos. Esta visión, que se muestra como un intento de equilibrar la expansión urbana con la conservación del entorno natural, se centra en reducir la densidad en el núcleo de la ciudad (el Inner Ring), mientras que, por otro lado, bloquea cualquier desarrollo en el Suburban Ring, destinado a proteger la franja verde de recreo público, conocida como el green belt.
La propuesta, aunque aparentemente prudente, revela una contraposición entre el deseo de mantener espacios verdes y la necesidad de generar nuevas áreas urbanas. Este último objetivo se aborda mediante la creación del outer country ring, en el que se prevé el establecimiento de nuevos núcleos urbanos. Estos new towns fueron concebidos como espacios autónomos, separados de la ciudad principal, pero interconectados dentro de una estructura metropolitana general.
Una de las características más destacadas de los new towns es su clara inspiración en los principios de la arquitectura moderna de entreguerras. Estos nuevos desarrollos urbanos incorporan un lenguaje formal característico de la arquitectura funcionalista de la época, lo que se traduce en una ruptura con los estilos arquitectónicos previos y una apuesta decidida por la planificación racional y la organización del espacio de acuerdo a la eficiencia y la modernidad. Sin embargo, la implementación de esta visión no estuvo exenta de problemas. A pesar de la ambición que implicaba este plan, la realidad de su ejecución estuvo marcada por desafíos logísticos y sociales que afectaron la calidad de vida en estos nuevos núcleos urbanos.
El concepto de new towns, además de su impacto arquitectónico, representó una solución a la congestión del centro de Londres, pero también mostró la complejidad de intentar imponer una visión estructural sobre una ciudad con tantas capas históricas y sociales. Aunque la idea de ciudades autónomas e independientes parecía una respuesta adecuada a los problemas urbanos, su implementación no logró integrar completamente las dinámicas sociales y culturales que definen a Londres. Así, el Greater London Plan, aunque innovador, se enfrenta a críticas por su falta de flexibilidad y por no considerar adecuadamente los elementos humanos y las interacciones sociales que son inherentes a la vida urbana.
El concepto de las New Towns no debe confundirse con el de las ciudades satélites o las ciudades dormitorio, modelos urbanos que han sido tradicionalmente asociados a los grandes centros metropolitanos. Más bien, la propuesta detrás de las New Towns es la creación de entidades urbanas autónomas que integran no solo zonas residenciales, sino también áreas industriales y terciarias con el fin de garantizar el empleo local. En este sentido, los habitantes de las New Towns no están obligados a desplazarse diariamente a Londres para trabajar y regresar a sus viviendas en zonas suburbanas, sino que se espera que puedan desarrollarse profesionalmente dentro del propio entorno de la nueva ciudad, como puede observarse en las imágenes de la época.
Las New Towns aprovecharon, además, las técnicas de prefabricación y estandarización, lo que permitió una construcción masiva y rápida de viviendas en el periodo entre 1945 y 1951, con la creación de diez nuevas ciudades en los alrededores de Londres, como Harlow, Stevenage, Crawley, Basildon, y Bracknell, entre otras. Estas ciudades surgieron como resultado de las políticas de New Towns aprobadas en 1944 y 1946 por el gobierno británico, cuya inspiración se encuentra en el modelo de la Ciudad Jardín, formulado por Ebenezer Howard en 1898 y probado por primera vez en Letchworth en 1904.
Según Josep Montaner, historiador que ha analizado este fenómeno, las leyes aprobadas en 1940 fueron el instrumento eficaz para llevar a cabo un ambicioso programa de reconstrucción, representando lo que él denomina “la más poderosa y completa máquina burocrática de planificación urbana y arquitectónica” jamás vista en las democracias occidentales. A mediados de los años 50, la mayoría de las escuelas y proyectos urbanísticos relacionados con las New Towns fueron diseñados en oficinas públicas de arquitectura, lo que señala un verdadero esfuerzo de construcción de los servicios del emergente Estado de bienestar británico.
La política de las New Towns parecía seguir la tradición descentralizadora de pensadores como Howard, creador de la Ciudad Jardín, y Patrick Geddes, un influyente urbanista y sociólogo cuyo trabajo se vincularía con el movimiento del Team 10. Es esencial destacar que la propiedad del suelo en las New Towns es pública, y que la intervención del gobierno fue clave en su desarrollo, con la creación de Development Corporations, entidades encargadas de gestionar y ejecutar las operaciones de construcción y de asegurar la autoridad sobre los territorios designados.
Sin embargo, la ambición de la política de New Towns no se limitó a las áreas periféricas de Londres. A medida que las New Towns proliferaron, el modelo se expandió por todo el territorio británico, convirtiéndose en un fenómeno urbano de alcance nacional, como ilustra el mapa que acompaña esta narrativa.
El análisis de las new towns en torno a Londres ofrece una perspectiva crítica sobre un modelo urbanístico que, a pesar de haber sido inicialmente aclamado, ha sido objeto de duras críticas con el paso del tiempo. Estas nuevas entidades urbanas, concebidas por algunos de los arquitectos y urbanistas más destacados del Reino Unido, como Bertolt Lubecki, fueron vistas en su momento como ejemplos de un urbanismo avanzado, diseñado para resolver problemas como la escasez de viviendas adecuadas y la falta de servicios y comercios. En la visión inicial, las new towns representaban un avance audaz y efectivo en el diseño urbano.
Sin embargo, décadas más tarde, la evaluación de este modelo cambió drásticamente. Arquitectos posteriores, como Alison y Peter Smithson, fundamentales en el desarrollo del Movimiento Moderno de posguerra, criticaron profundamente las new towns por su excesiva funcionalidad y falta de vitalidad. Las características que inicialmente fueron vistas como innovadoras —baja densidad, predominio de viviendas unifamiliares aisladas, separación rigurosa entre coche y peatón, y una estricta zonificación funcional— fueron señaladas como deficiencias que despojan a la ciudad de la complejidad y riqueza propias de las urbes históricas.
Los Smithson argumentaron que las new towns reducían la ciudad a tres funciones esenciales: habitar, transitar y trabajar, distribuidas en áreas claramente definidas. Esta separación radical impedía cualquier tipo de interacción entre las distintas funciones, limitando las posibilidades de convivencia, interacción social y crecimiento. A diferencia de las ciudades tradicionales, donde la diversidad de escalas urbanas permite una lectura más orgánica del espacio, las new towns eran percibidas como monótonas y difíciles de leer, dado que sus zonas homogéneas generaban una sensación de pérdida de orientación. La única forma de ubicarse en ellas era siguiendo los itinerarios preestablecidos, marcados por señales, lo que contrasta con la diversidad de rutas y puntos de referencia en las ciudades históricas.
Además, la crítica apuntaba a la pérdida de identidad de las áreas urbanas en las new towns. Al carecer de una diferenciación clara entre las diversas zonas, resultaba complicado distinguir una zona residencial de una comercial o de una de recreación, lo que empobrecía la experiencia urbana. Este enfoque tan segmentado y rígido de la ciudad moderna se distanciaba de la riqueza que ofrece la interacción espontánea y fluida de las funciones y espacios que caracterizan a las ciudades históricas.
El texto aborda de manera crítica el fenómeno de las new towns o “nuevas ciudades”, señalando una serie de problemas estructurales y sociales inherentes a su diseño. El análisis se centra en la repetición de modelos urbanos que, lejos de generar diversidad y singularidad, dan lugar a un escenario de monotonía y confusión visual. La uniformidad de las viviendas y las calles, según se argumenta, convierte a cada new town en un reflejo del otro, haciendo que su experiencia sea indistinguible y, por tanto, despersonalizada. Este fenómeno lleva a una pérdida de identidad en los espacios residenciales, donde la orientación se convierte en una tarea casi imposible, pues no hay elementos referenciales o distintivos que permitan a los habitantes encontrar su lugar en la ciudad.
En este sentido, la crítica destaca que las new towns promueven una homogeneidad arquitectónica que genera un vacío de referencias y, en consecuencia, una desconexión social. La falta de interacción humana en los espacios públicos —por ejemplo, en las calles, donde la circulación de peatones es prácticamente inexistente y la presencia del automóvil prevalece— contribuye al aislamiento y a la deshumanización de estas ciudades. El diseño urbano, orientado exclusivamente a la circulación eficiente de vehículos, margina al peatón y a la posibilidad de encuentros o intercambios sociales. Este diseño, en última instancia, no favorece la creación de un espacio comunitario, sino más bien la creación de un entorno impersonal, propicio para la soledad.
Los Smithsons, quienes son citados en el texto, subrayan que la estructura de las new towns fomenta una atmósfera de alienación, definida por lo que se conoce como new town blues, un sentimiento asociado con la experiencia psicológica y social de habitar en estos nuevos asentamientos. Este término refleja la sensación de vacío y la desconexión emocional que caracteriza la vida en estas ciudades, cuyo diseño prioriza la eficiencia del tráfico sobre la interacción humana.
Sin embargo, el texto también ofrece una nota más positiva al señalar que los centros cívicos de las new towns, donde se concentraban los comercios y los servicios públicos, podían haber sido una excepción. Estos espacios, según se sugiere, representaban los pocos lugares que ofrecían una experiencia más rica y significativa para los habitantes.
El análisis plantea que las new towns son un experimento urbano que, aunque bien intencionado, ha fracasado en muchos aspectos al no considerar las necesidades sociales y humanas de los habitantes, generando en su lugar una ciudad donde la uniformidad, la despersonalización y el aislamiento son la norma. A través de esta crítica, se resalta la importancia de integrar en los procesos de planificación urbana no solo consideraciones funcionales, sino también la creación de espacios que fomenten la interacción social y el sentido de pertenencia.
Bottom of Form
Por otra parte, es fundamental considerar las New Towns no solo como ejemplos de urbanismo, sino también como manifestaciones de un urbanismo problemático. La estricta separación de las funciones urbanas que caracterizan a estos nuevos barrios dificulta la creación de un sentido de comunidad. Este es precisamente el punto que se discutió en la charla reciente sobre el orfanato: la percepción de los New Towns como lugares donde la soledad y los problemas psicológicos de los habitantes se hacen evidentes, debido a la falta de interacción y de cohesión social. Es esta interpretación la que prevalece entre muchos arquitectos de la posguerra, quienes critican el urbanismo segregado y deshumanizado de las New Towns.
En este sentido, la importancia de analizar estos proyectos radica en entender las propuestas de los arquitectos de posguerra, que surgen en reacción a este tipo de urbanismo. De hecho, la reflexión sobre las New Towns no busca tanto admirar sus características, sino más bien contextualizar las soluciones propuestas por los arquitectos después de la Segunda Guerra Mundial, quienes, a diferencia de los urbanistas de las New Towns, pretendían concebir espacios que fomentaran la interacción y el sentido de comunidad.
Aunque las New Towns no son comúnmente objeto de estudio en la historiografía arquitectónica, representan un modelo de urbanización que tuvo un impacto profundo en la configuración de barrios y viviendas alrededor del mundo. A pesar de ser proyectos con poca visibilidad mediática y un diseño que no se suele asociar a grandes nombres de la arquitectura, su influencia es crucial para comprender los entornos habitacionales que hoy conforman nuestras ciudades. El impacto real en las vidas de las personas no proviene de la arquitectura icónica de Mies van der Rohe, ni de la Iglesia de Ronchamp de Le Corbusier, sino de decisiones urbanísticas anónimas que, a través de la zonificación y la planificación municipal, han dado forma a la mayoría de los barrios residenciales.
La planificación de estas New Towns, centrada en la segregación del uso del suelo y el fomento de la dependencia del automóvil, ha tenido un impacto negativo significativo en la calidad de vida, especialmente al reducir los espacios públicos y la interacción social. Este tipo de urbanismo, donde la separación de los habitantes y la penalización del encuentro social son normas implícitas, ha dejado una huella en nuestros modos de vida. A pesar de que la experiencia de las New Towns se limita principalmente al Reino Unido, los barrios residenciales construidos en toda Europa comparten características similares: monotonía, pérdida de identidad, soledad y la desaparición del espacio público en favor de un entorno centrado en el automóvil.
La experiencia de reconstrucción europea posterior a la Primera Guerra Mundial, que inicialmente aplicaba los principios de la Carta de Atenas para defender una separación tajante de las funciones urbanas, resulta fundamental para comprender las posiciones de los arquitectos más jóvenes de las décadas de los 60, 70 y 80. La pregunta que surge es: ¿qué alternativa ofrecían arquitectos como Allison y Peter Smithson, quienes habían criticado enérgicamente las New Towns? La respuesta a este interrogante es relativamente sencilla. Allison y Peter Smithson, al igual que la mayoría de los arquitectos del Tinten, defendían la hibridación de las funciones urbanas, es decir, el diseño de entornos urbanos donde las funciones se mezclaran e interrelacionaran. Su propuesta era que el espacio público y las construcciones estuvieran articulados de manera que generaran escenas urbanas diferenciadas y proporcionaran espacios para el encuentro. De este modo, se favorecería el desarrollo de una identidad colectiva y un sentimiento de pertenencia.
En términos sencillos, la propuesta de las generaciones más jóvenes de arquitectos consistía en recuperar las características tradicionales de la ciudad, tal como lo habían expresado los Smithson en su proyecto de los Cambridge Walks. En este mapa, o serie de recorridos, los Smithson destacan su fascinación por el centro histórico de Cambridge, al que describen como un lugar casi ideal. Como ellos mismos afirman, “Cambridge siempre parece demasiado buena para ser verdad”. Esta ciudad, según los arquitectos, representa la necesidad de embellecer hasta los espacios más ordinarios, lo que resume la crítica a la rigidez funcionalista del Movimiento Moderno.
En este contexto, no podemos pasar por alto otra experiencia emblemática de la posguerra: la reconstrucción del barrio de Hansa-Biertel en Berlín, realizada con motivo de la exposición internacional Interbau en 1957. Sin embargo, más que una propuesta verdaderamente residencial, esta experiencia debe entenderse como una especie de feria internacional destinada a mostrar a los arquitectos más destacados de la época. Urbanísticamente, se trataba simplemente de un gran manto verde con edificios de renombrados arquitectos como Oscar Niemeyer, Le Corbusier, Alvar Aalto, Arne Jacobsen, Vaquema y Gropius. La relevancia de esta exposición radica en cómo las instituciones públicas instrumentalizaron el Movimiento Moderno como la solución definitiva para los problemas de la reconstrucción posguerra, justo antes de que este movimiento y los T.I.A.M. cayeran en una crisis que exploraremos en la próxima sesión.
A pesar de su enfoque internacional y su falta de coherencia urbanística, Hansa-Biertel cuenta con algunos ejemplos notables, como la torre de viviendas diseñada por los arquitectos holandeses Van der Broek y Vaquema, que presentan innovaciones tipológicas de gran interés.
La torre de viviendas que se presenta en este análisis destaca por su organización tipológica, particularmente en la disposición del corredor de circulación cada tres plantas, que proporciona acceso a las viviendas, estas construidas a seminiveles. Sin embargo, más allá de la disposición técnica, resulta relevante preguntarse cuál es la motivación detrás de esta solución tipológica. Es decir, ¿qué lleva a Vaquema a introducir una variación en la distribución de viviendas más grandes y apartamentos, al mismo tiempo que optimiza las circulaciones para garantizar una cantidad significativa de viviendas? Estos son aspectos que se abordarán con mayor profundidad en la clase dedicada al Team TEM, grupo al que Vaquema pertenece.
Por otro lado, la obra de Alvar Aalto en Hansa Biertel presenta otra interesante propuesta de apartamentos, en los que las terrazas se integran de manera efectiva en las zonas de día, creando una conexión fluida entre el salón y el comedor, sin perder la alta compacidad de las viviendas. Este enfoque es característico de la capacidad de Aalto para fusionar la funcionalidad con una estética cálida y humana.
En términos más generales, es fundamental considerar el contexto histórico de los 15 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Como se ha analizado en esta clase, se observa un proceso de modernización de la arquitectura, en el que prevalece un énfasis en la infraestructura técnica, la zonificación funcional, y la respuesta a las necesidades del automóvil, además de aprovechar las últimas innovaciones proporcionadas por la industria. Este proceso llevó a que importantes arquitectos y urbanistas interactuaran con gobiernos centrales y locales, generando una dicotomía entre una arquitectura considerada como fruto del genio individual o del artista y una arquitectura más burocrática, vinculada a la planificación pública.
Las grandes intervenciones residenciales concebidas para alojar a los damnificados por la guerra, aunque impulsadas por los principios de la arquitectura moderna, no estuvieron exentas de controversia. De hecho, muchas de estas propuestas no cumplieron las expectativas generadas, lo que provocó críticas significativas de las generaciones más jóvenes de arquitectos.
Finalmente, al concluir con una reflexión sobre las New Town británicas, consideradas como una de las primeras aplicaciones a gran escala de los principios radicales del urbanismo moderno, se inicia un recorrido por las nuevas interpretaciones de la arquitectura moderna llevadas a cabo por figuras como los Smithson, Christopher Alexander, John Woodson, Cedric Price, Richard Rogers, Renzo Piano, Aldo Rossi, Ernesto Nathan Rogers, Louis Kahn, Peter Eisenman, entre otros. Este contexto y las críticas a la primera aplicación del Movimiento Moderno marcan el inicio del viaje por la arquitectura de la posguerra.
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