LOS TEXTOS Y LOS CONOCIMIENTOS MÉDICOS EGIPCIOS

LOS TEXTOS Y LOS CONOCIMIENTOS MÉDICOS EGIPCIOS

Los textos médicos que se conocen, están escritos con caracteres hieráticos en rollos de papiro. Destacan los de Edwin Smith y Ebers procedentes del siglo XVII a.C., que son copias o recopilaciones de textos redactados en la época de las pirámides. Los más antiguos (2 milenios a.C.) son los papiros Kahum A y B, procedentes de Fayum, que están incompletos; el primero tiene 34 secciones, y trata de enfermedades ginecológicas, métodos de control de fertilidad y pronóstico del sexo del niño por nacer; el segundo tiene nociones de veterinaria.
El Papiro de Ebers (del egiptólogo alemán Georg Ebers), un rollo de más de 20 metros de longitud, es una especie de Enciclopedia Médica para los estudiantes de la época. Trata de diferentes temas («todos los secretos de la Medicina»).

Contiene 870 casos de medicina general: enfermedades internas, de los ojos, de la piel y las extremidades, aunque matizados con elementos mágicos y religiosos, exorcismos, etc.

En el Papiro Rammesseum descubierto en 1896, el fragmento IV es ginecológico y el V trata sobre la artritis. El Papiro de Carlsberg Nro. 8 se refiere a enfermedades oculares y obstétricas. El Papiro Chester-Beatty VI, actualmente en el Museo Británico, del Imperio Medio, es un tratado de proctología. El Papiro de Turín, también del Imperio Medio, habla de mordeduras de serpientes y enfermedades de los ojos.

Dice Herodoto de Halicarnaso: «En Egipto, la medicina, como los oráculos, está especializada. Hay un médico para cada enfermedad y no existe la medicina general. En todas partes hay un gran número de médicos: unos se ofrecen como médicos para la vista, otros para la cabeza, otros para los dientes, otros para el vientre, otros para las enfermedades internas».

Alcanzaban varias especializaciones, debido a la profundización de sus conocimientos; tanto, que llegó a existir una especialidad para cada órgano. En una pequeña monografía sobre el corazón, tema de gran interés para la medicina egipcia, se lee: «Existen en el corazón vasos para todos los miembros. Aún cuando el médico coloque sus dedos sobre la cabeza, la nuca, las manos, los brazos o las piernas en lugar del corazón, siempre lo aprieta, puesto que los va sos del corazón van a parar a todos los miembros». Distinguieron la relación pulso-corazón y la doble circulación de la sangre. En la etiología de las enfermedades, el movimiento de los líquidos orgánicos, era importante. Se refiere a que se hacía a través de una red o sistema de vasos que partían del corazón. La alteración de tal flujo era la causa de fiebres y trastornos del pulso. Por las venas, circulaba la sangre, pero también aire y agua; y en su interior, tendones y nervios. En el corazón situaban el entendimiento y la inteligencia y era el único órgano que regresaba al cuerpo después de la momificación, pues los otros se depositaban en los vasos canópicos.

Describieron más de veinte enfermedades del aparato digestivo (Papiro de Ebers): «…Instrucciones para uno que tiene mal el estómago: cuando visites a un hombre que tiene una oclusión en el estómago, demasiado grave para tomar un pan, su vientre está contraído y su corazón es demasiado débil para marchar con regularidad, debes observarlo tendido, y si encuentras su vientre caliente, mientras haya una obstrucción en su estómago, entonces dirás: es una afección del hígado, entonces harás un remedio de hierbas, como hace el médico: planta paserit, nuez de dátil, serán mezcladas y humedecidas en agua, y el hombre las beberá durante cuatro mañanas, de manera que vacíe su vientre. Después de hacer esto, si tu encuentras que los dos canales de su vientre, la mitad derecha está caliente y la mitad izquierda está fría, entonces a propósito dirás: esto significa que…» «…Después tu debes examinarlo otra vez, y si encuentras que todo su vientre está frío, dirás: su hígado se ha abierto…él ha admitido el remedio…»

Respecto al sistema nervioso, trataron las cefaleas y realizaban trepanaciones craneales. Para una fractura de cráneo recomendaban construir unas grandes pinzas de madera, almohadilladas, a fin de sujetar la cabeza del herido, a quien colocaban sentado, completamente inmóvil entre dos apoyos hasta que se advierta la curación. Conocían la relación entre cerebro y músculo, la existencia de casi todos los órganos humanos, así como parte de su funcionamiento biológico. Estaban bien enterados de las funciones del cerebro: se dice en el tratado que los movimientos de los diferentes miembros dependen del funcionamiento de los hemisferios cerebrales del lado opuesto.

La traumatología alcanzó notable desarrollo debido a las construcciones faraónicas. Sabían tratar luxaciones y fracturas en los accidentados, y disponían de instrucciones precisas para su atención. Los huesos fracturados se entablillaban, las heridas se curaban con miel y hierbas astringentes, y luego se vendaban. Para una luxación de mandíbula se impartían indicaciones exactas de cómo y dónde colocar las manos para su reducción. Para las luxaciones de clavícula y omóplato recomendaban colocar al paciente en posición supina y abrirle los brazos a fin de tirar los omóplatos hasta que la parte dislocada encaje por si misma en su ubicación correcta. Muchas de las prescripciones, como la corrección de las luxaciones, sorprenden por su extraordinario acierto, lo que evidencia el grado de conocimientos anatómicos y funcionales alcanzado.

El embalsamamiento de cadáveres realizado en la preparación de las momias probablemente permitió el conocimiento de la anatomía, no obstante que era una ceremonia religiosa celebrada por personas cercanas al dios.

El Papiro Edwin Smith es de contenido quirúrgico y expone problemas clínicos que siguen un orden de la cabeza a los pies, pero que lamentablemente se interrumpen cuando llegan a la columna vertebral. En 22 páginas, con bastante claridad y muy pocos elementos mágicos, se presentan 48 casos de diagnóstico y tratamiento. Se supone que procede de Tebas, y hoy se conserva en la Academia de Medicina de Nueva York. Se puede leer un ejemplo: «Instrucciones para tratar una herida en el hueso gema, situado entre el ángulo del ojo, el lóbulo de la oreja y la mandíbula inferior. Cuando veas a un hombre con una herida no abierta pero que penetra hasta el hueso, examinarás la herida. Si encuentras el hueso sano, sin fisura, agujero ni fractura, le dirás: Tienes una herida en el hueso gema que puedo curarte. El primer día lo vendarás con carne cruda. Después le curarás cada día con pomada y miel, hasta que mejore. Una herida que no está abierta pero que penetra hasta el hueso, es una herida pequeña, sin que se formen labios alrededor, se llama herida delgada».

Poseían instrumental quirúrgico y realizaban intervenciones. A diferencia de otros pueblos de esa época practicaban delicadas operaciones exitosas, como se ha comprobado en muchas momias. Cuando debían operar a algún poderoso con peligro de su salud o su vida, primero practicaban en miserables hasta tener la habilidad suficiente. A los enfermos de más categoría se les anestesiaba.

«Para calmar la sangre se calientan los cuchillos previamente y de los cortes de las venas debe tener cuidado el médico». La práctica más corriente contra las hemorragias era el uso del cauterio, procedimiento doloroso y primitivo pero bastante eficaz. Los instrumentos metálicos se desinfectaban al fuego y se limpiaban cuidadosamente en una tela hervida en agua de sosa.

EL MÉDICO Y EL PACIENTE EN LA MEDICINA EGIPCIA
Ante los ojos del pueblo, el médico era ante todo un maestro en el arte de curar, que podía curarlo todo, incluso los males de amor.

«El médico atenderá en la casa del paciente, presentándose con el ceremonial correspondiente». Iniciaba el acto médico con una recolección de datos, interrogaba al enfermo sobre sus dolencias y sus síntomas. Observaba detalladamente la piel, los ojos, el sudor, la respiración, etc. Realizaba también unas maniobras, como girar el cuello o las extremidades, o efectuaba una palpación. Establecía así un diagnóstico e indicaba el correspondiente tratamiento con instrucciones precisas. Según los síntomas, el pronóstico era: leve, reservado o grave. El médico debía determinar:

– «Enfermedad que puedo tratar».
– «Padecimiento que quiero combatir».
– «Desgracia que escapa a mis conocimientos y experiencias».

Después de formular el diagnóstico y prescribir el tratamiento, ante la desconfianza en la eficacia de sus recetas, y en casos de duda, suele concluir con la desalentadora fórmula: «o sana o muere…». Después de pronunciar algunos ensalmos al usar determinados productos, el enfermo grita: «¡Yo soy aquel a quien Dios quiere mantener con vida…!».

En los casos en que la dolencia no podía ser tratada, se colocaba al enfermo lo más cercano posible y se dejaba su curación en manos de «La Suprema Guaritrix…». Se permitía que los enfermos más pobres, con enfermedades tenidas por incurables, fueran abandonados en el desierto sin que interviniera la ley que lo prohibía. Allí dejaban sus dolencias para siempre, por cuanto la muerte llegaba pronto más piadosa que terrible.

El espíritu de observación de estos antiguos profesionales permitió la acumulación de interesantes experiencias. Aprendiendo del acierto y del error, conocieron las propiedades curativas de muchas drogas. Sabían de las ventajas del reposo, de los cuidados para acelerar la recuperación del paciente, y de la importancia de la higiene para prevenir dolencias. Dice Herodoto: «Por esta causa, los egipcios, muy atentos a su salud, provocan cada mes durante tres días seguidos, evacuaciones por medio de vomitivos y lavativas, pues creen que las enfermedades del hombre son debidas a los alimentos. Gracias a estos cuidados y al clima, los egipcios pasan por ser, después de los libios, los más sanos de todos los hombres».

El Papiro de Londres, de la época de Tutankhamón, contiene recetas farmacéuticas, además de conjuros para las madres y los niños.

Suponían que la enfermedad casi siempre era resultado de potencias hostiles al hombre: traumatismos, alimentación, clima, animales (gusanos, insectos, serpientes, etc.), potencias ocultas y no reducibles a un examen objetivo («castigo de los dioses», «acciones malévolas de los enemigos», «venganza de los difuntos» etc.). Ante este planteamiento era necesario recurrir a poderes no racionales. La medicina y la magia estaban muy relacionadas. Los egipcios se protegían de los males, especialmente de los hechizos y de la mala suerte, y aún de algunas enfermedades, por medio de amuletos a modo de adornos. El ankh (cruz anseata), símbolo de la vida, era uno de los más populares. Podía un cirujano hacer una intervención ante una lesión visible, pero aún con los instrumentos en la mano, impotente ante una fiebre que denotaba alguna enfermedad no exteriorizada, se convertía en hechicero y practicaba extraños rituales. Uno oral, recitando largos e incomprensibles salmodios, salpicados con nombres de dioses, elevando por momentos el tono de voz, de acuerdo con los movimientos del cuerpo. Otro físico, desde la imposición de manos hasta la administración de preparaciones orales.

La asistencia médica era realizada por tres grupos de profesionales: a) todo médico, b) todo sacerdote de SEKHMET (diosa leona, responsable de las enfermedades y epidemias, dadora del don de la curación), y c) todo mago.
Los médicos procuraban que sus recetas se acomodasen a las circunstancias del enfermo o a las estaciones del año. Un medicamento podía curar en el primer mes del año, pero no ser eficaz en el tercero. Se suponía que algunos eran efectivos en determinados días «faustos», no así en los «infaustos».

LA FARMACOPEA EGIPCIA
La Farmacopea nos lleva a las preparaciones de laboratorio, penetrando en un dominio especialmente egipcio, puesto que la química deriva de su nombre: KEMI (Tierra Negra, Egipto). Citaremos en primer lugar la materia médica, en cuyas prescripciones se encuentran sustancias de todos los orígenes. Gracias a Dioscórides, Hipócrates, y Plinio el Viejo una buena parte de esta droguería pudo pasar al formulario médico de la Edad Media y subsistir aún entre algunos curanderos. Fueron los alquimistas alejandrinos y árabes quienes mantuvieron la vigencia de esta ciencia, que alimentó los laboratorios secretos de los buscadores de la Piedra Filosofal, y despierta el interés de grandes químicos actuales.

La Farmacopea Egipcia era tan variada como pintoresca. Se fabricaban drogas, perfumes y ungüentos en los laboratorios de los templos, para las necesidades del culto (fumigaciones, purificaciones y curaciones de las estatuas divinas). El ritual enumera plantas, piedras raras, aceites minerales o vegetales, grasas animales, resinas, hierbas, baños de natrón que conservaban los cuerpos momificados. Utilizaban desde plantas medicinales hasta una infinidad de productos, algunos extraños y aún repugnantes para nosotros. Ciertos ungüentos estaban compuestos hasta de 37 ingredientes diferentes, como sangre de lagarto, secreciones de oído de cerdo, excrementos de niño, de asno, de perro, de gacela, de hipopótamo, e incluso… ¡de mosca!, combinados todos ellos con leche materna, aceites finos y con otras grasas de origen animal.

Se enlazan las prácticas de higiene y de belleza, muy numerosas, más aún entre las egipcias. Existían medicamentos para curar quemaduras, mordeduras, picaduras de insectos, lesiones por espinas, etc. El cuidado de la belleza era muy importante, y al aumentar los encantos hacía el hogar más agradable. Para dar un olor simpático a la casa y a los vestidos la esposa fumigará: «…incienso, granos de pino piñonero, resina de terebinto, juncia aromática, corteza de cinamonio, melón, caña de Fenicia. Molidos y reducidos a una masa, póngase al fuego…»

Entre los medicamentos hallamos toda clase de jarabes, ungüentos, polvos, supositorios y enemas. El médico egipcio prescribía mucho el aceite de ricino y los aceites simples. Las enfermedades digestivas se combatían con ricino, lavados de estómago, lavativas, etc. Conocían y trataban la Bilharziosis. También, con eficacia relativa, las cataratas y demás afecciones oftálmicas: «…Para curar el tracoma, los ojos deben ser tratados con sangre de lagarto. Para remediar la pérdida de la visión, se recomienda poner sobre los ojos hígado de buey asado y exprimido…» Un buen tratamiento para las quemaduras es «…la aplicación de suelas de sandalias quemadas».

Conocían los valores curativos del ajo, la acacia, el anís, el comino, etc.; de determinadas plantas psicoactivas como la mandrágora, el beleño, la adormidera y varias especies de «daturas» que se administran con cerveza y vino, inicialmente sólo con criterio mágico. Empleaban también anestésicos obtenidos a partir de ciertas sustancias minerales. Utilizaban el cobre, el sulfuro, el carbonato de sodio, el arsénico y el bicarbonato. Entre los productos animales se servían de la bilis, la sangre, el tuétano, hígado, bazo, etc. Se administraban las drogas en ciertos pastelillos usados como vehículos, con instrucciones muy similares a las que se indican en la actualidad sobre dosis, horarios y modos de empleo.

En un papiro de la XII Dinastía se habla de cierta clase de hongo que crece en las aguas estancadas y que se utilizaba para tratar ciertas llagas y heridas abiertas (¿antibióticos?). También algunos se utilizaban como lo hacen los charlatanes de hoy, para acabar con la calvicie, la impotencia, o porque poseían ciertos poderes mágicos. Otros tratamientos derivan de observaciones adecuadas como las inhalaciones para calmar la tos: «…1/32 de la planta tiam, idem de la pulpa de dátil. Se tritura todo y se pone al fuego. Deberá inhalarse el vapor con una caña durante todo un día…» Se menciona un centenar de medicamentos, algunos aplicados a enfermos con poder y fortuna pues «…eficaces eran, pero también sumamente caros…» Utilizan cánulas para la alimentación artificial, que confeccionan con tallos huecos recubiertos de lino. Las recetas se acomodaban a la edad del paciente y a la estación del año.
Ocasionalmente se recuerda a los «sheasau» (trucos), curiosos remedios con los que se actuaba por sugestión. Así, ante una mujer próxima a la ceguera y con dolores profusos, se recomienda: «…Estos son desechos de la vulva, que afecta a tus ojos. Para esto te haces una fumigación de la vulva con incienso y aceite fresco. Fumígate los ojos con patas de abejaruco y después te comes el hígado de un asno…» El médico podía suministrar un remedio con su pizca de magia. Así, en casos de dolores o envenenamiento se pintaba la imagen de un dios en la palma de la mano del enfermo con la indicación que la lamiera; indudablemente que no se trataba de colorantes sino de medicamentos; si el enfermo se aliviaba, era por efecto «milagroso».

El Papiro Smith tiene «un libro para la transformación de un viejo en un hombre joven». Dice el escriba: «…Remedio que se ha manifestado eficaz miles de veces…» Lamentablemente sólo da consejos para ocultar la calvicie, las manchas oscuras de la cara, las arrugas y lo enrojecido que perjudica a la epidermis.

Con frecuencia los remedios van acompañados de sortilegios y alusiones a una determinada divinidad (ISIS, THOTH, HORUS, OSIRIS, RA, ANUBIS, IMHOTEP, AMON) que intervendrá para ayudar al médico. Pronunciar con una voz justa tales o cuales fórmulas mágicas, era asegurarse una seria probabilidad de curación. El cólera, la peste, la lepra, la tuberculosis, la viruela y el cáncer eran conocidos y requerían la intervención del clero con sus procesiones, plegarias y exorcismos. Uno de los azotes más terribles fue el hambre, traducido en diversas manifestaciones: escorbuto, disentería, úlceras, raquitismo, etc. Para los hambrientos podía no existir la medicina más adecuada, el alimento.

EL LEGADO DE LA MEDICINA EGIPCIA
Los gobernantes griegos ptolomeos residían en Alejandría, el más importante centro médico, cultural y científico de la antigüedad. El fundador de la Dinastía creó el museo, mezcla de universidad, centro de investigación y residencia para los estudiosos de la época. Tenía una inmensa biblioteca e instalaciones donde se hacían disecciones en cadáveres humanos y se estudiaban también animales y plantas (Jardín Botánico y Zoológico). Fue incendiada durante la campaña de Julio César en Egipto (48 a.C.). Entre los volúmenes custodiados en el Bruchion y el Serapeum se perdieron más de 700 000 de ellos. Se tenía un catálogo completo de autores, contenido en 120 libros.

Gillermo Calvo Soriano                             https://sisbib.unmsm.edu.pe/bvrevistas/paediatrica/v05_n1/medicina.htm

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