
La influencia de la arquitectura nórdica, particularmente la finlandesa, es fundamental para entender el desarrollo de la arquitectura de posguerra. Aunque a menudo se ha minimizado el impacto de Alvar Aalto en favor de otras figuras, su obra constituye un pilar esencial para comprender las transformaciones de la arquitectura del siglo XX. A lo largo de la segunda mitad del siglo, la arquitectura nórdica —especialmente la de países como Dinamarca, Suecia, Finlandia y Noruega— se presentó como una corriente de pensamiento y proyecto con una fuerte influencia a nivel mundial, dejando una huella notable no solo en Europa, sino también en lugares tan distantes como América Latina.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, la arquitectura escandinava fue vista desde fuera de los círculos internacionales, casi como una esfera aislada. No obstante, a partir de 1945, con la reconstrucción de Europa tras el conflicto, la arquitectura nórdica comenzó a ser reconocida como modelo. Las revistas de arquitectura británicas e italianas, en particular, comenzaron a exponer y valorar lo que denominaron el “nuevo empirismo” de los arquitectos nórdicos. Este concepto, acuñado en una editorial de la revista Architectural Review alrededor de 1945, reflejaba una arquitectura con un enfoque práctico y una frescura que contrastaba con la rigidez que aún predominaba en muchos países de Europa continental.
El “nuevo empirismo” aludía a una forma de modernismo que no se limitaba a los principios estrictos y ortodoxos del Movimiento Moderno, sino que adaptaba esos principios a las realidades locales, especialmente en lo que respecta a la relación con la naturaleza, la luz y los materiales. Como se ha analizado en otras investigaciones sobre el Movimiento Moderno, esta tendencia hacia interpretaciones regionales del modernismo es observable no solo en los países nórdicos, sino también en Italia y América Latina, donde los arquitectos adaptaron las bases modernistas a sus contextos culturales y geográficos específicos.
El renombre de Alvar Aalto, en particular, fue decisivo en este proceso. La crítica y la teoría internacionales, en especial gracias al historiador italiano Bruno Zevi, desempeñaron un papel clave en catapultar su obra a la escena global. Aalto, con su enfoque humanista y su integración de la arquitectura con el paisaje, se convirtió en una figura central para la arquitectura moderna internacional. Sin embargo, más allá de la figura de Aalto, lo que es crucial entender es cómo la arquitectura nórdica, como corriente, aportó una visión fresca, renovada y accesible del modernismo, una que trascendió los límites del Movimiento Moderno clásico y fue capaz de encontrar una forma que respondiera de manera más directa a las necesidades de las sociedades de posguerra.
Este panorama de la arquitectura nórdica, y su difusión en Europa, tuvo también repercusiones en países como España. Los proyectos que, en principio, iban a ser analizados por los estudiantes a través de un análisis práctico, tendrán que ser sustituidos, en este caso, por una explicación más directa del contexto y los proyectos de arquitectura española, particularmente aquellos influenciados por esta corriente nórdica. Este tipo de influencias, que se extendieron más allá de la teoría para impregnar la práctica arquitectónica, marcaron un punto de inflexión en la arquitectura europea y global de la segunda mitad del siglo XX.
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La arquitectura escandinava, con sus modelos profundamente humanistas y organicistas, se consolidó como una referencia significativa tras la crisis del funcionalismo, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial. Este fenómeno no resulta sorprendente, considerando que la arquitectura nórdica emergió como una alternativa satisfactoria al racionalismo más abstracto y esquematista del funcionalismo de entreguerras. La crisis del funcionalismo y la idea del hombre universal habían dejado al descubierto las limitaciones de este enfoque, y la arquitectura escandinava ofreció una respuesta que parecía ser más adecuada a las necesidades humanas y sociales de la época.
Además, las razones políticas jugaron un papel crucial en este proceso. Las sociedades nórdicas, en particular Suecia, se habían convertido en un modelo ejemplar de bienestar social, lo que favoreció la admiración por su arquitectura. Suecia, al haber permanecido neutral durante el conflicto bélico, logró evitar la destrucción sufrida por otras naciones europeas, lo que facilitó la estabilidad necesaria para que su arquitectura prosperara en un contexto favorable. A esto se sumaba la transición más gradual de la economía artesanal a la producción industrial en los países escandinavos, lo cual permitió que la industrialización no aniquilara por completo la calidad artesanal de los productos. Este proceso fue particularmente evidente en los muebles de estilo nórdico, que, pese a ser producidos industrialmente, mantenían características propias de la artesanía, especialmente en el uso de materiales como la madera.
La ausencia de una ruptura violenta con el pasado, característica de otros contextos europeos, fue otro aspecto fundamental para entender la evolución de la arquitectura en los países nórdicos. En lugar de una disociación radical, hubo una continuidad que permitió una adaptación orgánica de los principios modernos dentro de las tradiciones locales. Este fenómeno es clave para comprender la particularidad de los proyectos arquitectónicos de la región, que no solo eran una expresión de modernidad, sino también una adaptación de la modernidad a las condiciones históricas y culturales locales.
Un factor crucial para la arquitectura nórdica fue el clima, que influyó directamente en la concepción de los espacios. La dureza del entorno natural obligó a una definición meticulosa de los detalles arquitectónicos, con especial énfasis en el confort interior y la escala humana. La relación entre la arquitectura y el medio ambiente no fue meramente estética, sino una respuesta funcional y emocional a las condiciones extremas del norte. Esta relación implicó una integración sutil de los edificios en su entorno, respetando tanto la naturaleza como las necesidades de los habitantes.
La arquitectura nórdica surgió como una síntesis entre el racionalismo moderno, caracterizado por un enfoque funcionalista centrado en la resolución de problemas programáticos, y el empirismo, que se traduce en una integración contextual y adaptada al lugar. Este equilibrio entre la funcionalidad y la sensibilidad hacia el entorno ha permitido que la arquitectura nórdica sea considerada un modelo de diseño equilibrado y profundamente conectado con el entorno natural y social, ofreciendo un enfoque que sigue siendo relevante en la arquitectura.
La arquitectura nórdica representa una adaptación particular de los principios del Movimiento Moderno a un contexto regional sumamente específico, marcado por características geográficas, topográficas y climáticas únicas. Esta adaptación se distancia de los discursos abstractos y tecnológicos propuestos por las vanguardias, logrando un equilibrio entre la innovación técnica y el respeto por las tradiciones. En términos más concretos, se presenta como un punto intermedio entre las utopías tecnológicas de los británicos de Archigram y la regresión hacia la historia de las arquitecturas italianas, como las propuestas del Renacimiento o la arquitectura vernácula.
En este sentido, los arquitectos nórdicos buscan resolver problemas tangibles y cotidianos, diseñando espacios que sean funcionales y dignos para la vida humana, con un énfasis en la sencillez pragmática. La relación con la arquitectura funcionalista es evidente, pero en lugar de rendirse completamente a sus principios formales, se percibe una humanización del funcionalismo, donde la atención al ser humano y sus necesidades cotidianas ocupa un lugar central. Este enfoque se asemeja al neorealismo italiano, que, como se ha señalado en otros contextos, también busca representar las realidades humanas a través de la arquitectura, adaptándose a las condiciones socio-políticas de su tiempo.
De hecho, la influencia de la arquitectura nórdica en Italia fue significativa, especialmente a través de los escritos de críticos como Bruno Zevi, que aclamaron la obra de arquitectos nórdicos como Alvar Aalto, Marcellius y Leif Reinius. El diálogo entre ambas tradiciones arquitectónicas, aunque diferente en sus formas, demuestra una coincidencia en su búsqueda por crear un entorno construido que sirviera a la dignidad humana y la vida cotidiana. Este enfoque, a su vez, fue fundamental para la evolución de la arquitectura en Europa, particularmente en la España de la segunda mitad del siglo XX.
Sin embargo, no todos los historiadores coinciden en la lectura positiva de este enfoque. Autores como Manfredo Tafuri han interpretado este “neoempirismo” nórdico como una pseudoutopía pequeño-burguesa, una tentativa de evitar las profundas crisis ideológicas que atravesaba la arquitectura moderna al recuperar la artesanía en la construcción. Según esta crítica, la arquitectura nórdica, aunque aparentemente pragmática, no aborda las cuestiones ideológicas más profundas del proyecto moderno, sino que se contenta con un “apaño” que no llega a cuestionar el sistema de producción o las estructuras de poder inherentes a la profesión. Esta interpretación sugiere que la arquitectura nórdica, a pesar de sus logros, sigue siendo una respuesta limitada a los desafíos más amplios que enfrenta la arquitectura moderna en su conjunto.
A lo largo de este análisis, se busca proporcionar un marco contextual general que permita comprender las diferencias ideológicas y estilísticas entre los arquitectos de esta tradición, además de ofrecer una visión más amplia de las influencias mutuas que se dan entre movimientos y géneros arquitectónicos. Sin entrar en un análisis profundo de proyectos específicos, el objetivo es facilitar una apreciación crítica y contextual de las tendencias arquitectónicas nórdicas y su impacto en el panorama arquitectónico global.
El enfoque de Alvar Aalto en la arquitectura se caracteriza por una compleja síntesis entre los principios del Movimiento Moderno y las tradiciones regionales de Finlandia. Aalto, quien durante su estancia en los Estados Unidos en 1939 tuvo contacto con el discurso regionalista de Lewis Mumford, plantea una reflexión crítica sobre la ortodoxia funcionalista prevalente entre las dos guerras mundiales. En su regreso a Finlandia después de 1945, Aalto comienza a explorar la simplicidad y la autenticidad de la arquitectura tradicional finlandesa, adoptando una postura que se aleja de las soluciones estandarizadas y estereotipadas propias del funcionalismo.
Para Aalto, cada encargo es único, lo que rechaza cualquier intento de simplificación que implique un modelo único para todas las situaciones. Su afirmación de que “nada es más peligroso que separar el análisis de la síntesis” pone de manifiesto una filosofía arquitectónica que va más allá de la mera aplicación de principios funcionalistas, buscando en cambio una integración de la forma y la función que responda a las necesidades específicas del contexto.
A pesar de aceptar algunos principios del Movimiento Moderno, como la estandarización y el funcionalismo, Aalto se distancia de la interpretación utilitaria de estos principios, que se reflejaba en la industria automotriz o en las cadenas de producción. En lugar de ello, él considera que el modelo más adecuado es el de los sistemas biológicos, en los que la estandarización no implica homogeneidad, sino una riqueza y variedad de formas que reflejan la capacidad de la naturaleza para generar diversidad. Esta visión permite a Aalto trascender las limitaciones del racionalismo moderno, proponiendo una arquitectura que, sin renunciar a los avances tecnológicos y estéticos del Movimiento Moderno, incorpora una sensibilidad hacia la tradición y el contexto local.
En su obra, Aalto fusiona los ideales del Movimiento Moderno con elementos del clasicismo y métodos tradicionales y artesanales, logrando un equilibrio en el que la modernidad nunca es abandonada, pero se enriquece con una fuerte referencia a la identidad cultural y regional. Este enfoque le permite ofrecer una arquitectura más dinámica y flexible, en contraste con los rígidos principios del funcionalismo ortodoxo.
El análisis de las obras de Alvar Aalto tras la Segunda Guerra Mundial revela una serie de planteamientos teóricos y arquitectónicos que distan de la tradición racionalista que predominaba en la época. A pesar de que Aalto no puede considerarse un arquitecto exclusivo de la posguerra, su trabajo durante este período refleja una evolución significativa, marcada por el alejamiento de los cánones de la arquitectura moderna. En proyectos como la Baker House (1947) en Cambridge, se aprecia una clara referencia a la naturaleza, en contraposición al enfoque funcionalista asociado a la maquinaria y la industrialización. La edificación, que se presenta como un edificio de ladrillo con una forma curvada, recuerda las formas orgánicas que Aalto había experimentado previamente en el diseño de muebles durante la década de 1920. Este tipo de diseño, de marcado carácter sensorial, puede ser interpretado como un intento de generar una atmósfera más humana y cálida, un aspecto distintivo de la arquitectura nórdica que se caracteriza por la integración de lo interior y lo exterior, siendo este un rasgo definitorio que incluso hoy en día sigue asociado con el concepto de estilo nórdico, comúnmente visto en revistas de diseño de interiores.
La relevancia de esta obra no solo radica en su forma, sino en su capacidad para conjugar la funcionalidad arquitectónica con la creación de una atmósfera íntima, lo que resulta esencial para comprender la relación de Aalto con la materialidad y el espacio. Este enfoque se ve reforzado al observar otros proyectos de la posguerra, como el Ayuntamiento de Saint Natshalo (1949-1952), donde la transición hacia el uso del ladrillo marca un distanciamiento claro de los materiales más típicos de la arquitectura moderna, como los estucos blancos. Aalto recurre a materiales locales, característicos de la región, lo que le permite contextualizar su obra en un entorno más cercano, tanto geográfica como culturalmente. En el caso del Ayuntamiento, la disposición alrededor de un patio evoca la forma tradicional de la tupa finlandesa, al tiempo que remite a sus estudios y viajes por Grecia y Roma, donde observó la disposición de las casas-patio en esos contextos. Este recurso a la tradición vernácula se encuentra en contraste con su obra anterior de la década de 1930, como la sede para el periódico Turun Sanomat, donde Aalto sigue una estética más racionalista, propia de las villas blancas de Le Corbusier.
Este giro hacia el uso de ladrillo y la referencia a formas vernáculas resalta una vez más la adaptabilidad de Aalto ante las circunstancias y su habilidad para integrar distintos lenguajes arquitectónicos, lo que subraya su singularidad dentro del movimiento moderno.
En sus proyectos de posguerra, Álvaro Siza demuestra un enfoque renovador dentro de la arquitectura moderna, destacando el uso de materiales tradicionales como el ladrillo. Este giro hacia lo tradicional representa un contraste con el uso predominante de materiales industriales y acabados minimalistas, tan característicos de los primeros años del Movimiento Moderno. Este redescubrimiento de materiales fue especialmente influyente en los arquitectos de su tiempo, quienes, a medida que se alejaban de la estética de los planos blancos y las fachadas inmaculadas, comenzaron a integrar una mayor riqueza de texturas y sensaciones espaciales. El Ayuntamiento de Saint Natshalo ejemplifica este cambio, no solo en su uso de ladrillo, sino también en su enfoque hacia la topografía del lugar.
Una característica notable de este proyecto es su patio elevado, que se diferencia de la calle circundante y se convierte en un espacio intermedio entre el interior y el exterior, un lugar en el que la ciudad se diluye en el paisaje finlandés. Esta intervención, similar a la de Alison y Peter Smithson en el Economist Building, propone una plaza elevada que redefine el sentido de lo público al distorsionar los límites convencionales entre edificio y entorno. Aquí, la relación con el paisaje no es solo visual, sino que se genera una ambigüedad espacial que permite al usuario estar dentro del edificio mientras sigue percibiendo la exterioridad de su contexto.
Los volúmenes horizontales del edificio están inteligentemente modulados por la torre que se erige en su núcleo. Esta torre alberga la sede del consejo municipal, un espacio que simboliza el poder democrático dentro de un contexto urbano o, más precisamente, en este caso, en un paisaje forestal. El uso de la torre como contrapunto a los volúmenes horizontales añade una dimensión jerárquica, además de servir como una clara declaración de la importancia de las decisiones que se toman en su interior.
Particularmente relevante es el corredor del Ayuntamiento, donde el diseño de los elementos, como las carpinterías, los bancos y la estructura, se interrelacionan de forma dinámica. La separación explícita entre la carpintería y la estructura permite que los elementos funcionales como los bancos adquieran una dimensión espacial más compleja que la de una simple superficie utilitaria. Esta preocupación por la funcionalidad dentro de un espacio de uso público no solo contribuye a la estética del lugar, sino que transforma cada rincón en una oportunidad para explorar nuevas posibilidades. Alto utiliza estos elementos para crear un sentido de riqueza en la espacialidad, donde cada detalle, como el banco, se convierte en una oportunidad para experimentar con los límites entre lo que es estructura, mobiliario y espacio habitable.
El uso de la madera es otra constante en la obra de Alto, característica que comparte con otros arquitectos nórdicos, aunque su lenguaje proyectual trasciende las fronteras locales. En su labor en el campus de la Universidad Tecnológica de Helsinki, durante un periodo de 20 años a partir de 1948, Alto proyecta una estructura de colinas y plataformas que organiza los edificios de forma que respetan el entorno natural. Estos edificios, generalmente de formas ortogonales y con una coloración roja característica, no solo se insertan en el paisaje, sino que lo interpretan y lo transforman a través de una geometría flexible que fluye con el terreno.
La biblioteca y el auditorio del campus son ejemplos de esta visión integrada, donde los espacios exteriores y el interior se conectan de manera fluida. El auditorio, por ejemplo, se abre hacia el exterior creando un graderío que facilita la realización de actividades culturales al aire libre, mientras que desde el interior, los lucernarios permiten una iluminación natural que potencia la calidad espacial del lugar. La creación de este campus no solo revela el interés de Alto por la arquitectura de la educación, sino que también establece un diálogo con el paisaje que es a la vez sensible y a la vez transformador.
Alvar Aalto, una de las figuras más influyentes de la arquitectura del siglo XX, desarrolló una obra que sigue siendo un referente clave en el estudio de la arquitectura moderna. Su enfoque hacia la integración de materiales y la atmósfera de los espacios interiores ha sido ampliamente reconocido, no solo por la calidad estética, sino también por su capacidad para evocar sensaciones de calidez y funcionalidad. Aalto empleó cerámicas vidriadas, maderas y textiles, elementos que otorgan a sus edificaciones una atmósfera particular que ha sido replicada en revistas de diseño y decoración a nivel mundial, marcando tendencias en el ámbito doméstico contemporáneo.
En términos de proyectos destacados, la iglesia de las Tres Cruces es un ejemplo representativo de su capacidad para manipular el espacio. Su planta, que se abre en tres etapas, permite una flexibilidad única en el diseño, pues la iglesia puede modificarse según el tamaño de los actos litúrgicos. La luz juega un papel crucial en este espacio, como ocurre en gran parte de la obra de Aalto, donde el control de la iluminación contribuye significativamente a la experiencia del usuario. También es relevante la Casa de Verano de Muratsalo, que refleja tanto la influencia de las ruinas griegas, como una reinterpretación de las viviendas tradicionales finlandesas conocidas como Tupa. Esta casa, con su mezcla de lo clásico y lo vernacular, se presenta como un ejemplo de la capacidad de Aalto para fusionar el modernismo con los elementos culturales locales.
Un aspecto menos conocido pero fascinante de la vida de Aalto es el diseño del barco que construyó para su familia, denominado Nemon Profeta in Patria, un título que evoca la frase “nadie es profeta en su propia patria”. Esta elección refleja la percepción de Aalto sobre la falta de reconocimiento de su obra en Finlandia, a pesar de su impacto global.
El enfoque proyectual de Aalto, según lo descrito por autores como Montaner, se centra en la articulación, desplazamiento y rotación de los volúmenes dentro de un espacio, un método que ha dejado una marca profunda en la arquitectura europea. Su influencia se extiende a arquitectos como Álvaro Siza, quien ha expresado abiertamente su admiración por el trabajo de Aalto, citándolo como una fuente de inspiración en muchas de sus obras.
Sin embargo, la prominencia de Aalto en la arquitectura finlandesa también ha contribuido a eclipsar a otros arquitectos importantes del país, cuyas producciones, aunque menos conocidas, muestran un enfoque igualmente modernista con ciertos matices que reflejan el contexto social y cultural finlandés. Un ejemplo de este fenómeno es la Ciudad Jardín de Tapiola, un proyecto urbanístico desarrollado en los años 50, en el que participaron numerosos arquitectos finlandeses. Esta comunidad, con sus viviendas, escuelas y otros espacios públicos, representa una experimentación en el urbanismo que merece ser estudiada, especialmente por aquellos interesados en la evolución de las ideas urbanísticas de la modernidad en Finlandia.
Tapiola representa una ciudad concebida completamente desde cero, construida en un bosque, en un proceso en el que se sustituye parte del paisaje forestal por un espacio urbano. Esta intervención no solo modifica el entorno natural, sino que plantea una revisión crítica del urbanismo moderno, particularmente de los principios formulados en la Carta de Atenas, especialmente en lo que respecta a la separación de funciones. El diseño de Tapiola no sigue este principio, proponiendo una experiencia urbana donde las funciones no están estrictamente segregadas, lo que refuerza su carácter como un experimento en la evolución del urbanismo moderno, pero con una humanización de la relación entre la ciudad y la naturaleza. Esta interacción, más cercana y menos mecanicista, es característica de muchas ciudades de países menos industrializados.
Tapiola se presenta como una reinterpretación del racionalismo moderno, que busca la creación de un hábitat ideal para el desarrollo del individuo. La ciudad no solo es un espacio donde las personas pueden vivir, sino un lugar donde la arquitectura y el urbanismo se desarrollan simultáneamente, con el plan de la ciudad y sus proyectos arquitectónicos concebidos como un todo. Esta simultaneidad es fundamental para entender el enfoque de la ciudad como una utopía arquitectónica optimista, en la que la estructura urbana se construye para permitir el crecimiento individual y colectivo en un equilibrio con el entorno natural.
Aunque Tapiola sirve como un excelente punto de partida para analizar la arquitectura moderna en Finlandia, su verdadera relevancia radica en el estudio de los arquitectos que participaron en su desarrollo. Entre ellos destaca Arno Rusuvori, cuya obra en Tapiola incluye dos importantes edificios, siendo uno de los más notables la iglesia que proyectó. Este edificio se caracteriza por una austeridad material que, lejos de restarle poder expresivo, otorga una dimensión espiritual profundamente conectada con las tradiciones religiosas nórdicas. La iglesia está construida con materiales simples, como bloques de hormigón y placas prefabricadas, pero es la luz, la escala de los espacios y los cambios de altura lo que le otorgan esa cualidad espiritual única.
Más allá de su tratamiento material, la planta de la iglesia es especialmente interesante. A pesar de su aparente sencillez, con una disposición que incluye dos patios y tres volúmenes separados por estos, la organización espacial de la iglesia permite una flexibilidad para futuras ampliaciones, lo que demuestra una visión arquitectónica abierta y adaptable. La disposición de los volúmenes y la variación de alturas en los espacios resultan fundamentales para comprender la intencionalidad detrás de su diseño, ya que cada cambio en la planta responde tanto a un interés formal como a una función práctica, convirtiéndola en una pieza que invita a un estudio más detallado de su composición y su relación con el entorno.
La arquitectura nórdica, en particular las obras de ciertos arquitectos como Rusubori y Bill Horrebel, presenta una serie de características y lecciones clave que son fundamentales para el aprendizaje y la reflexión crítica sobre el diseño arquitectónico contemporáneo. El análisis de estas obras permite profundizar en la relación entre estructura, función y forma, elementos esenciales que, aunque frecuentemente se exploran en el contexto académico, cobran una importancia vital cuando se enfrentan al desafío de proyectar.
Uno de los aspectos más destacables en la obra de Rusubori es la simplicidad de las plantas de sus edificios, que, aunque minimalistas, se caracterizan por una funcionalidad notablemente eficiente. Esta cualidad no es casual, ya que las soluciones espaciales sencillas, pero profundamente operativas, permiten que cualquier arquitecto pueda aprender rápidamente de ellas. La clara organización de los espacios y la eficiencia de las circulaciones son esenciales para el diseño arquitectónico de las naciones nórdicas, y, como tal, forman parte integral de la educación arquitectónica. En este sentido, la arquitectura nórdica se presenta no solo como un conjunto de obras sino como una escuela de aprendizaje que permite entender las soluciones funcionales a través de una estética austera pero efectiva.
Por otro lado, las obras de arquitectos como Alto, con una complejidad más evidente en sus diseños, no se presentan con la misma claridad funcional, lo que hace que su análisis y asimilación resulten más desafiantes. No obstante, tanto las obras de Alto como las de otros arquitectos nórdicos abren la puerta a un estudio más profundo de la relación entre los materiales, la estructura y el espacio. En el caso de Rusubori, su imprenta en Tapiola, transformada en centro cultural, ejemplifica cómo la estructura no solo sustenta el edificio, sino que en cierto modo define y organiza todos los aspectos del proyecto, desde la disposición funcional hasta el diseño de los sistemas de iluminación y la modulación espacial. En este edificio, la estructura se convierte en el principio organizador de toda la obra, lo que refleja una de las características más notables de la arquitectura nórdica: la idea de que la estructura no solo da soporte, sino que también conforma la estética y la funcionalidad del espacio.
El análisis de estos proyectos, en particular, el de la imprenta de Tapiola, subraya la importancia de la estructura en la definición del carácter del edificio. La estructura, con sus ocho elementos potentes que parecen suspender el edificio sobre el suelo, no es solo un componente funcional, sino una manifestación estética y estructural del proyecto completo. Así, en la obra de Rusubori, como en muchas otras dentro del ámbito de la arquitectura nórdica, la estructura no es simplemente una parte más del edificio, sino su principio organizador.
En cuanto a Bill Horrebel, su contribución internacionalmente conocida, como el Ayuntamiento de Toronto, representa una ruptura en la imagen de la ciudad. Este proyecto no solo transformó el paisaje urbano de Toronto, sino que consolidó la figura de Horrebel en el panorama arquitectónico global. Con este diseño, Horrebel introduce una forma de leer la ciudad a través de sus estructuras, un enfoque que va más allá de la funcionalidad, al vincular la forma arquitectónica con el contexto urbano. Su otro proyecto, el Lassipalatsi en Helsinki, también es ejemplar en este sentido, como un espacio que habla de la relación entre la arquitectura y la ciudad, entre la estructura y el entorno social. La importancia de estos proyectos radica en su capacidad para redefinir no solo el espacio construido, sino también la relación de la arquitectura con la sociedad.
El proyecto en cuestión, concebido en 1935 por Viljo Rebel, un joven arquitecto junto con un par de amigos, ha experimentado una notable transformación a lo largo del tiempo. Hoy en día, tras una rehabilitación llevada a cabo por el reconocido estudio finlandés JKMM Architects, se ha consolidado como uno de los museos más emblemáticos de Helsinki, un hito arquitectónico cercano a la estación de tren que atrae a numerosos visitantes. Este proceso de rehabilitación demuestra cómo un diseño original, funcional y accesible puede evolucionar y mantenerse relevante, adaptándose a nuevas demandas sin perder su esencia.
En Tapiola, Rebel desarrolló varios bloques de viviendas cuyo propósito era ofrecer opciones de bajo costo y gran volumen. Estos proyectos, a pesar de su aparente simplicidad, representan una complejidad en su planteamiento que va más allá de lo evidente. La distinción entre lo “sencillo” y lo “simple” es clave en esta reflexión: lo sencillo se refiere a lo necesario y eficiente, mientras que lo simple puede aludir a lo insustancial. Así, los diseños de Rebel, lejos de ser reduccionistas, son ejemplos de cómo la funcionalidad y la economía pueden convivir sin renunciar a la calidad arquitectónica, una lección fundamental para cualquier arquitecto involucrado en la construcción de viviendas o torres de apartamentos.
Además de sus viviendas, Rebel proyectó en Tapiola una escuela, la Casa de los Niños, en 1954, cuya planta demuestra una belleza contenida, optimizando el espacio de manera inteligente. Por otro lado, los arquitectos Kai Ha y Heikki Siren, también responsables de importantes proyectos en Tapiola, sobresalen por sus innovaciones en el uso de la prefabricación. Entre sus proyectos más destacados se encuentran las casas en hilera de Tion-Tie (1955), que emplean un sistema de paneles prefabricados de fachada, y las casas Otso-Pensa, cuya configuración modular y variaciones entre unidades contribuyen a una rica experiencia espacial. Estos proyectos representan una clara manifestación de la capacidad de la arquitectura para combinar soluciones técnicas con el diseño cuidadoso de espacios habitables.
El proyecto más conocido de los Siren en Tapiola es, sin duda, las casas Tapión-Solu (1963), cuyo sistema constructivo basado en paneles prefabricados presenta una eficiencia industrial sorprendente. A pesar de su sencillez estructural, el proceso de construcción alcanzaba un grado de automatización del 80%, lo que facilita la producción masiva y reduce los costos. Este enfoque refleja el deseo de los arquitectos de optimizar la producción sin sacrificar la calidad estética ni funcional. Sin embargo, más allá de Tapiola, los Siren alcanzaron una mayor notoriedad por su iglesia en la península de Otaniemi, un proyecto que destaca no solo por su arquitectura, sino también por su espiritualidad contenida. La iglesia, situada cerca del campus diseñado por Alvar Aalto, se caracteriza por su sencillez, logrando una atmósfera profundamente resonante con un diseño austero y el uso de pocos elementos.
Este último proyecto, uno de los más sobresalientes de los Siren, presenta una planta sencilla pero exquisita, y ofrece lecciones clave en el estudio del diseño arquitectónico. Uno de los detalles más interesantes de este proyecto es la disposición del altar, que no se encuentra en el centro tradicional de la iglesia, sino en un espacio ligeramente apartado. Este detalle, aparentemente menor, representa una reflexión sobre la función y el significado del espacio, revelando cómo un cambio en la organización espacial puede transformar la experiencia del usuario sin alterar la simplicidad del diseño.
En conjunto, los proyectos de estos arquitectos reflejan un enfoque sensible y racional, donde la claridad formal y el uso eficiente de los recursos no son meras economías de medios, sino una forma de dar vida a espacios que, sin buscar ostentación, alcanzan una gran profundidad en su sencillez.
El análisis de la iglesia finlandesa refleja cómo el diseño arquitectónico no solo responde a una necesidad funcional, sino que también establece una conexión profunda con la naturaleza y la religiosidad del contexto. Los arquitectos, al tratar de equilibrar el acceso vertical con la disposición del altar, rompen con la simetría esperada, generando un desplazamiento deliberado hacia la izquierda. Este desplazamiento no es un accidente, sino una decisión pensada para establecer una relación más fluida entre el interior de la iglesia y el exterior, con las puertas que abren el espacio a las salas adicionales, permitiendo su ampliación.
El uso del entorno natural como parte integral de la arquitectura se pone de manifiesto en la pared detrás del altar, que en realidad no es una pared, sino que está formada por los árboles del exterior. Esta decisión subraya el concepto de que la fachada no se limita al edificio, sino que se expande hacia el paisaje, haciendo de la naturaleza una extensión del espacio sagrado. La cruz que se observa, aunque está afuera de la iglesia, se convierte en un elemento que fusiona el espacio religioso con el natural, contribuyendo a una concepción de la religiosidad que no depende de figuras como Jesucristo o la Virgen, sino de la presencia sublime de la naturaleza misma.
La reflexión sobre la religiosidad nórdica, con su énfasis en la naturaleza en lugar de en figuras divinas, se traduce aquí en una arquitectura que integra la luz y el exterior como elementos fundamentales. Este enfoque no es accidental, sino que refleja una tradición cultural que valora el entorno natural como algo sagrado en sí mismo. En este sentido, las iglesias finlandesas se alejan de la iconografía tradicional cristiana y se sumergen en una espiritualidad más conectada con el mundo físico que las rodea.
Este enfoque, de marcado carácter expresionista y cercano al modernismo alemán de los años 20, encuentra su continuación en los proyectos de Reima Pietila y su esposa Riley, cuyos diseños se alejan deliberadamente de los principios racionalistas de la arquitectura moderna. En lugar de buscar la pureza funcional y la lógica constructiva, los Pietila optan por una arquitectura más libre, tanto en sus formas como en la manipulación de los materiales. Esta aproximación subraya un enfoque creativo que prioriza la expresión personal y la interacción con el entorno, más que una obediencia estricta a la racionalidad constructiva.
Los Pietila, con su trabajo en proyectos como el edificio del Sindicato de Estudiantes en Otaniemi y la iglesia de Cabela en Tapiola, demuestran cómo la arquitectura puede trascender el contexto finlandés, incorporando elementos que parecen situarse más en el ámbito de la expresión artística que en la tradición pragmática y empírica de la arquitectura moderna. Esto refleja una flexibilidad en la interpretación de los principios arquitectónicos, llevando la modernidad hacia un terreno más subjetivo y emocional.
La Iglesia de Pietilä se presenta como un ejemplo paradigmático de una arquitectura moderna sencilla, que logra una gran complejidad a través de la sutileza en sus decisiones. Cada elemento parece provocar un efecto arquitectónico significativo, sin recurrir a la saturación visual ni a una sobrecarga simbólica. Pietilä, a pesar de estar inserto en un contexto nacional finlandés, excede las fronteras de este ámbito, participando activamente en las reuniones del Team 10, convirtiéndose en uno de sus miembros. Esta vinculación con el colectivo internacional lo coloca fuera de los límites de la tradición arquitectónica finlandesa, estableciendo una práctica que dialoga con influencias más globales.
A través del mar hacia Dinamarca, la arquitectura moderna comienza a penetrar en el contexto danés a partir de 1930, bajo la influencia de arquitectos como Arne Jacobsen. Sin embargo, a diferencia de otros países, en Dinamarca se mantiene una relación respetuosa con las tradiciones locales. La utilización de materiales como el ladrillo y la madera, la preservación de las cubiertas inclinadas debido al clima, y la integración armónica con el paisaje son algunas de las características que definen el enfoque danés. En este sentido, Jacobsen destaca como una figura clave, desarrollando los principios más radicales del movimiento moderno, pero de manera que no niega las tradiciones locales, sino que las incorpora con una visión crítica y transformadora.
El Ayuntamiento de Arhus, diseñado por Jacobsen y finalizado en 1942, ejemplifica este enfoque híbrido. La obra se inspira claramente en el Ayuntamiento de Göteborg, diseñado por el sueco Gunnar Asplund, quien es considerado uno de los grandes maestros de la arquitectura nórdica. La influencia de Asplund es palpable, especialmente en la manera en que Jacobsen aborda la relación entre el exterior frío y austero del edificio y la calidez interior, lograda a través del uso de materiales como la madera y el acero tratados de manera casi orgánica. Esta atención al detalle, presente incluso en elementos tan pequeños como las manivelas de las puertas, revela la importancia que Jacobsen otorga al diseño integral de los espacios, un aspecto fundamental para cualquier estudiante de arquitectura.
Jacobsen no solo es un arquitecto, sino también un diseñador de muebles destacado, conocido por sus icónicas sillas que, a pesar de ser copias recurrentes, siguen siendo representativas de su legado. La ampliación del Ayuntamiento de Göteborg, diseñada por Asplund antes de la Segunda Guerra Mundial, es un referente fundamental que ha influido en la práctica arquitectónica posterior. Esta obra es, en opinión de algunos, una de las mejores ampliaciones jamás realizadas, destacando por su belleza y por la calidad espacial que ofrece a quienes la visitan, siendo uno de los proyectos más fascinantes y completos dentro de la arquitectura moderna nórdica.
El análisis de las ampliaciones arquitectónicas realizadas por Gunnar Asplund presenta un enfoque distintivo en la relación entre lo original y lo añadido, un aspecto que, en su momento, representó una ruptura respecto a las convenciones de la arquitectura moderna. La ampliación del Ayuntamiento, que se muestra en la imagen, ejemplifica esta sensibilidad innovadora, destacándose por su clara distinción entre el edificio original y la nueva intervención. Si bien hoy en día esta aproximación podría parecer común, en su época, en la que predominaban las construcciones blancas con ventanas horizontales, la clara separación entre la ampliación y el edificio original rompía con las normas establecidas, aportando un enfoque novedoso.
El interior de este edificio, caracterizado por el uso de maderas y una cuidada relación con la luz, se presenta como una obra que invita a un análisis detenido. La manera en que Asplund manipula estos elementos para generar espacios de cualidad sensorial, además de su innovación, revela la sofisticación de su enfoque. Este tipo de detalles no solo subraya la importancia de la materialidad en la arquitectura, sino también la sutil relación entre espacio y ambiente.
El trabajo de Arne Jakobsen en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, como se observa en el Royal Hotel y la terminal de la SAS en Copenhague (finalizada en 1969), también refleja una serie de influencias modernistas, con una especial relación con la obra de Mies van der Rohe. La torre del Royal Hotel, por ejemplo, se caracteriza por un zócalo horizontal que remite a la Level House de SOM en Nueva York, lo que indica un claro diálogo con la arquitectura contemporánea. Además, el uso de escalas y formas replicadas, como las escaleras que aparecen en sus edificios, muestra la continuidad de la influencia de grandes maestros de la arquitectura en las obras de Jakobsen, como se mencionó en el análisis del vídeo de YouTube donde se explora la relación entre su trabajo y el de Peter Zumthor.
El Banco Nacional de Dinamarca, otro ejemplo relevante de Jakobsen, destaca por su estructura a múltiples alturas, el uso de materiales como la piedra y su diseño exterior cerrado, destinado a transmitir una sensación de seguridad propia de la tipología bancaria. El uso de lucernarios, característica destacada de la arquitectura nórdica, se manifiesta también en este edificio. Estos lucernarios no solo proporcionan luz natural, sino que son una respuesta al clima de los países nórdicos, donde la calidad de la luz es esencial debido a las largas horas de oscuridad. Además, la caja volumétrica utilizada por Jakobsen para evitar puentes térmicos y mejorar el aislamiento térmico refleja una adaptación tanto a las condiciones climáticas como a las necesidades funcionales del edificio.
El concepto de lucernarios, utilizado por Jakobsen en diversos proyectos como la biblioteca de Rodobre (finalizada en 1969), es otra muestra de cómo la luz se convierte en un factor determinante en el diseño arquitectónico. La planta ordenada y racional de la biblioteca, con sus líneas claras y estructuradas, remite al enfoque de Mies van der Rohe, pero también evidencia la autonomía de Jakobsen dentro del contexto modernista. La disposición de los lucernarios y la planificación cuidadosa de la luz natural son una característica común en la arquitectura nórdica, donde la relación con el exterior y la maximización de la luz es fundamental.
El énfasis en aprender de proyectos sencillos, como se menciona en el análisis, subraya la importancia de desentrañar las razones detrás de los diseños más elementales antes de abordar proyectos más complejos. La comprensión de las decisiones estructurales y compositivas en estos ejemplos proporciona herramientas valiosas para aquellos que se adentran en el proceso proyectual. La referencia a Ronchamp, de Le Corbusier, no es más que un recordatorio de que el camino hacia el dominio de la arquitectura requiere entender primero las bases, los proyectos de formas más simples, antes de aspirar a replicar los logros más complejos de grandes maestros.
Uno de los proyectos más emblemáticos de Arne Jakobsen, y quizás el más fascinante desde una perspectiva crítica, es el conjunto de edificios escolares en las afueras de Copenhague, especialmente la Escuela Munchegat, finalizada en 1958. Este proyecto ejemplifica una hibridación entre el racionalismo moderno y las tradiciones nórdicas, destacándose en el uso del ladrillo y otros materiales típicos de la región. La escuela está diseñada con una trama geométrica clara y rigurosa, lo que le otorga un carácter cerrado, pero al mismo tiempo, genera una riqueza espacial interna notable, favoreciendo una gran fluidez y variedad en los espacios de uso.
Un aspecto distintivo del proyecto es la disposición de las circulaciones, que no solo se organizan verticalmente, sino que también permiten una circulación horizontal entre las aulas, creando una red de conexiones que favorece la circulación en el edificio. Cada aula está conectada de manera funcional y fluida, sin perder la intimidad y la autonomía de sus espacios. Además, los patios están diferenciados por el uso de distintos pavimentos, lo que introduce una sutil variabilidad dentro de una estructura generalizada y repetitiva. Esta estrategia, lejos de ser meramente decorativa, busca generar lugares que, aunque homogéneos, presenten una identidad propia.
La sección del aula, una de las más conocidas y replicadas en la historia de la arquitectura, destaca por su habilidad para integrar luz natural, lo que ha sido admirado y copiado por diversos arquitectos a lo largo del tiempo. Este tipo de soluciones espaciales demuestra un enfoque innovador que sigue siendo relevante para los estudiantes de arquitectura, especialmente aquellos interesados en el diseño de espacios educativos.
Sin embargo, cuando se trata de la obra de otros arquitectos nórdicos como John Woodson, su enfoque resulta menos compatible con la adaptación del Movimiento Moderno a la cultura escandinava, un tema recurrente en el análisis de este período. Mientras Jakobsen y otros arquitectos como él buscaron integrar los principios funcionales del modernismo con la identidad local, Woodson se aleja de estas preocupaciones al buscar inspiración en culturas más distantes, como las tradiciones chinas, mayas o aztecas. Esta búsqueda de lo exótico y lo ajeno introduce una tensión con la visión del Movimiento Moderno tal como lo entendieron otros arquitectos nórdicos, lo que hace difícil encasillar su obra dentro de esta narrativa.
Antes de explorar otros contextos, como el sueco, es importante señalar otro proyecto clave cercano a Copenhague: el Museo Louisiana de Arte Moderno, diseñado por Jorge Bo y Wilhelm Wollert y finalizado en 1958. Este museo también refleja una profunda sensibilidad hacia el paisaje y los materiales tradicionales nórdicos, sin renunciar a las innovaciones formales y funcionales características de la arquitectura moderna. Es un claro ejemplo de cómo los arquitectos nórdicos continuaron evolucionando los principios del Movimiento Moderno, adaptándolos a sus propios contextos culturales y geográficos, mientras mantenían una relación respetuosa con las tradiciones arquitectónicas de la región. Este proyecto, como el de Jakobsen, sigue siendo un hito arquitectónico en el desarrollo de la arquitectura moderna en Escandinavia.
El racionalismo moderno se articula en torno a una idea fundamental: cada decisión en un proyecto debe tener una función clara y estar subordinada a un principio racional que oriente todo el proceso. Esta noción de “funcionalismo” representa una de las características más esenciales del pensamiento moderno, un principio que ordena el diseño bajo una lógica interna, donde cada elemento tiene una razón de ser. Este enfoque será objeto de críticas y transformaciones a partir de la década de 1970, especialmente por los postmodernos, quienes rechazan la idea de que todas las decisiones deban responder a un único principio funcional. Para ellos, la función no debe ser el único criterio a seguir, y las decisiones no siempre tienen que servir para un propósito claro ni seguir un principio ordenado.
En el contexto de la arquitectura sueca de la posguerra, se observa una evolución particular, marcada por la influencia de dos figuras clave que trabajaron antes del conflicto. Aunque Gunnar Asplund falleció en 1940 y su producción no incluye obras posteriores a la guerra, su legado sigue siendo relevante. Asplund fue fundamental para la formación del lenguaje arquitectónico en Suecia, y su trabajo continúa siendo un referente. Por otro lado, Sigurd Lewerentz, arquitecto de menor renombre en su tiempo, ha experimentado un renacimiento en el reconocimiento de su obra en años recientes. A pesar de su contribución significativa, tanto Asplund como Lewerentz se distanciaron de la ortodoxia del movimiento moderno franco-alemán, adoptando un enfoque más personal y menos dogmático.
Entre las obras destacadas de Lewerentz se encuentran la Iglesia de San Marcos en Estocolmo y la Iglesia de San Pedro en Klippan. La primera, caracterizada por su “caja hermética” de ladrillo, refleja la tendencia del arquitecto a trabajar con interiores oscuros y espacios que mantienen una tensa relación entre paramentos, estructura y elementos de madera. Este tratamiento del espacio, combinado con las entradas de luz controladas, crea una atmósfera cargada y contenida. En la Iglesia de San Pedro, finalizada en 1966, se repiten algunos de estos elementos: la caja de ladrillo cerrada y el uso de formas geométricas severas, pero con una peculiaridad adicional. El suelo, en lugar de ser horizontal, está inclinado hacia el altar, lo que genera una sensación de movimiento y dirección. Además, el diseño incluye agujeros en el suelo que conducen a espacios oscuros y misteriosos, lo que aporta una dimensión casi ritualista y enigmática al conjunto. Este tipo de decisiones formales se apartan de la racionalidad estricta del movimiento moderno, buscando, en cambio, generar una experiencia sensorial que no necesariamente sigue un principio funcional directo.
El proyecto de Leverenz presenta una característica distintiva en su estructura, que adopta una forma de cruz o T, sobre la que descansan otras dos vigas. Esta configuración metálica, que en su conjunto forma una cruz, resalta como un componente fundamental dentro de su propuesta arquitectónica. Este aspecto estructural se revela como una solución innovadora en la que las vigas se distribuyen de manera que no solo cumplen una función estructural, sino que también actúan como un elemento simbólico dentro del diseño general.
Otro proyecto representativo de Leverenz, el kiosco de flores en el cementerio del Este en Malmö (1969), marca una transición en su obra hacia el uso del hormigón, material con el que comienza a experimentar en contraposición al ladrillo, su material más habitual. Leverenz se ha destacado en los últimos años por su particular utilización del ladrillo, empleando piezas finas de 5 cm de altura y juntas de mortero de igual tamaño, creando así un muro que, aunque compuesto por ladrillo, se asemeja más a una estructura de hormigón. Este estilo se asemeja al trabajo del arquitecto paraguayo Solano Benítez, cuyo enfoque sobre el ladrillo ha sido objeto de diversas conferencias. El uso de este material por parte de Leverenz, además de ser una solución estética, refleja un enfoque técnico que confiere un carácter singular a sus obras.
Por otro lado, el arquitecto sueco Ralf Erskine, activo en la posguerra, introduce en su trabajo una mezcla de tradición nórdica y modernidad, como se puede observar en proyectos como su casa “The Box”, diseñada en 1941. Este diseño se destaca por una aproximación a la vivienda que va más allá de la construcción de un simple refugio, integrando toda la parcela como parte esencial del proyecto. Erskine no solo considera la casa como un espacio interior, sino también el tratamiento del entorno exterior, lo que marca una diferencia con otras obras contemporáneas que, como la Villa Savoye de Le Corbusier, buscan una desvinculación con el terreno para lograr un diseño que pueda ser replicado en cualquier contexto. La casa de Erskine, en cambio, se concibe como un organismo completo, donde el exterior, como el almacenamiento de leña en el jardín, influye directamente en el confort y aislamiento de la vivienda, especialmente durante el invierno.
Ambos proyectos, tanto el de Leverenz como el de Erskine, abogan por una integración entre la construcción y su entorno, un principio que contrasta fuertemente con las propuestas más universales de la modernidad, que buscan la independencia del terreno y la adaptabilidad a cualquier ubicación, como es el caso de la Villa Savoye. En este sentido, la obra de Erskine en particular puede ser vista como una reflexión sobre la conexión entre lo construido y lo natural, haciendo de la relación con el terreno un elemento vital para la arquitectura de la casa.
La arquitectura nórdica, particularmente la desarrollada en Noruega, ofrece un contraste matizado frente a la evolución de la arquitectura moderna. A diferencia de las propuestas más universales y estilísticamente puras de la modernidad, muchos arquitectos nórdicos han integrado de manera significativa el contexto físico, climático y cultural en sus obras. Este enfoque queda evidenciado, por ejemplo, en los proyectos de arquitectos como Erik van Eyck, Utzon y Kahn, cuyos principios influyeron en el trabajo de Berrefen. Aunque la obra de Fen no puede ser objeto de análisis detallado en esta ocasión, sus propuestas arquitectónicas ejemplifican una reflexión más compleja sobre el lugar, los símbolos y la relación entre el espacio y la cultura.
Fen, influenciado por sus viajes y diversas tradiciones arquitectónicas, presentó una visión esencialista de la arquitectura. A lo largo de su carrera, destacó la idea de que el arquitecto no se limita a la construcción, sino que es un creador de símbolos, cuya labor consiste en plasmar la esencia de los lugares a través de sus proyectos. Este enfoque pone en evidencia la divergencia de la arquitectura nórdica frente a la modernidad pura, pues no se limita a las formas funcionales de la modernidad, sino que incorpora un fuerte sentido de identidad regional y de pertenencia al lugar.
Un ejemplo representativo de esta concepción es el Pabellón Nórdico en la Bienal de Venecia, aunque el análisis detallado de la obra no se realizará en este espacio. Además, otro proyecto de Fen, como la Casa en Nordköping, revela su acercamiento a una planta que evoca la simetría de las villas palladianas. A través de esta disposición, Fen ofrece una interpretación contemporánea de la tradición, con una planta orientada a los puntos cardinales que resalta la importancia del lugar en la configuración del espacio. No obstante, es en las esquinas de la casa donde Fen introduce una innovación más destacada: una carpintería que no solo delimita el espacio, sino que incorpora elementos funcionales como estantes para objetos. Este enfoque evoca, en cierto modo, el trabajo de Louis Kahn, al integrar lo estructural y lo poético en un mismo lenguaje arquitectónico.
Por otro lado, el Museo de Hamar, una de las obras más conocidas de Fen, ilustra su capacidad para fusionar el pasado y el presente de manera poética y funcional. Este proyecto, terminado en 1970, no solo hace referencia a la arquitectura tradicional mediante la rehabilitación de estructuras históricas, sino que también introduce innovaciones materiales, como el hormigón armado y una pasarela que simboliza un puente entre las nuevas y viejas estructuras. A través de esta fusión de materiales y la incorporación de elementos como la madera, Fen crea un diálogo entre lo antiguo y lo moderno que no se limita al regionalismo nórdico, sino que refleja una sensibilidad hacia una arquitectura de múltiples influencias y visiones.
La obra de Fen, como la de otros arquitectos de su generación, pone en evidencia una tensión entre el regionalismo y las influencias internacionales. Lejos de seguir una ortodoxia nórdica, Fen se posiciona como un arquitecto que recoge las enseñanzas de diversas tradiciones, tanto nórdicas como ajenas, para construir una arquitectura profundamente reflexiva y simbólica, que busca no solo adaptarse al contexto, sino también expresar una idea universal de lo que significa habitar el espacio.
El análisis de la arquitectura nórdica revela un enfoque proyectual que difiere significativamente del paradigma establecido por el Movimiento Moderno ortodoxo, reflejando lo que algunos historiadores denominan “nuevo empirismo”. Este concepto se refiere a una postura arquitectónica que busca, en cada proyecto, una inspiración que surge directamente de las condiciones particulares del lugar, como el clima, el programa funcional, las necesidades de los futuros usuarios y la disponibilidad de materiales autóctonos. Se prioriza, así, lo concreto y lo específico, en lugar de intentar crear soluciones universales o aplicables a cualquier contexto.
Esta tendencia del nuevo empirismo se aleja de las generalizaciones y de la búsqueda de un modelo único, buscando una resolución precisa y adecuada de problemas específicos que surgen de cada contexto. La importancia recae, por tanto, en el detalle, lo cual resulta ser un enfoque arquitectónico cercano al que muchos profesionales contemporáneos adoptan. Aunque se sigue dentro del marco de la tradición moderna, la arquitectura nórdica se opone al formalismo rígido de las vanguardias centroeuropeas y, sobre todo, a su ascetismo y estandarización. A pesar de utilizar métodos industriales, los arquitectos nórdicos evitan la aplicación de soluciones generalizables para todas las ciudades y lugares, priorizando en su lugar un enfoque más contextualizado.
El énfasis en la naturaleza, representada por jardines y bosques, es crucial en la arquitectura nórdica, y se combina con la calidad, el color, la textura y el confort de materiales tradicionales, integrando al mismo tiempo elementos industriales. Este enfoque se opone a un racionalismo radical que pretende aplicar soluciones universales, como la vivienda mínima para todas las familias. En cambio, el empirismo nórdico defiende un tipo de racionalismo basado en el análisis y la experiencia acumulada a partir de lo concreto, lo particular y lo pequeño, evitando la creación de modelos prefabricados.
Este método de diseño no busca establecer fórmulas fijas, sino proponer una manera de pensar y desarrollar el proyecto que dejó una huella significativa en la arquitectura europea. Es posible interpretar esta aproximación como una variante del Movimiento Moderno, influenciada por el contexto nórdico, lo que podría justificar su categorización como un “regionalismo” nórdico. Este concepto, más que representar una versión localista, sugiere una adaptación de los principios del Movimiento Moderno a un contexto específico, de acuerdo con las particularidades culturales y climáticas de la región. El término “regionalismo crítico”, introducido por el historiador inglés Kenneth Frampton, se ofrece aquí como una forma de profundizar en las implicaciones de este enfoque arquitectónico, que podría ser visto como una reflexión crítica sobre el Movimiento Moderno, adaptado a los contextos particulares del norte de Europa.
Este análisis no solo refleja una interpretación del Movimiento Moderno a través de una lente regional, sino que plantea la relevancia de un enfoque proyectual que valora la especificidad y la respuesta detallada a las condiciones particulares de cada proyecto. En este sentido, la arquitectura nórdica, a través del nuevo empirismo, ha influido significativamente en la evolución de las prácticas arquitectónicas contemporáneas.
La noción de “regionalismo crítico”, defendida por Kenneth Frampton, ha sido una herramienta clave para el análisis de la arquitectura de posguerra, particularmente en el contexto de la modernidad y sus tensiones con las tradiciones locales. Esta propuesta no solo ha sido central en la obra de Frampton, sino que también ha sido objeto de debate entre historiadores, como es el caso de los textos de Lewis Mumford, quien, en su ensayo El sur en arquitectura (1941), plantea una reflexión sobre lo regional frente a lo universal, situando a la arquitectura como un campo en el que la preservación de las tradiciones locales podría representar una respuesta a los efectos homogeneizadores de la modernización.
En el caso de Mumford, la defensa de lo regional aparece como una posible cura para los problemas asociados con la arquitectura moderna, entendida en este contexto como un fenómeno impersonal y desvinculado de las particularidades de cada cultura. Según Mumford, el énfasis en lo regional contribuiría a la creación de un entorno arquitectónico más pertinente y auténtico, en el que las actividades culturales, sociales y prácticas locales ganarían en relevancia. Esta postura encontró eco en los trabajos de los arquitectos nórdicos de la época, en parte influenciados por las ideas de Mumford a través de Alvar Aalto, quien representaba una respuesta más matizada frente a la universalización del Movimiento Moderno.
El concepto de “regionalismo crítico” se consolidó en 1981 cuando Alexander Chonis y Liliane Lefebvre lo tomaron de las ideas de Mumford y lo aplicaron a su análisis de la arquitectura en Grecia, un país en vías de desarrollo. Este enfoque fue adoptado y expandido por Frampton, quien, a través de su influyente ensayo Hacia un regionalismo crítico, propuso que este regionalismo representaba una dialéctica entre dos fuerzas opuestas: la universalización, entendida como un acto de progreso de la cultura occidental, y la preservación de las tradiciones locales, que se veía amenazada por esa misma globalización.
El contexto en que Frampton desarrolló esta teoría, durante los años 80, es significativo. En esos años, el trabajo de arquitectos como Luis Barragán, quien recibió el Premio Pritzker en 1980, comenzó a ser reconocido internacionalmente. Barragán, un arquitecto mexicano cuya obra se caracteriza por una profunda conexión con las tradiciones y la cultura local, se erige como un referente de la capacidad de la arquitectura regional para dialogar con la modernidad sin perder su esencia cultural. Esta revalorización de lo local frente a lo global, que se experimentó en el ámbito cultural con la exposición de la obra de Barragán en el MoMA, coincide con el auge de la teoría del regionalismo crítico, mostrando cómo, en ese momento, se hacía un esfuerzo por reconocer y dar legitimidad a las prácticas arquitectónicas que hasta entonces habían sido consideradas marginales en el centro de la producción arquitectónica europea.
La propuesta de Frampton sobre el regionalismo crítico invita a reflexionar sobre el papel de la arquitectura como agente cultural. Si bien la universalización representa el avance de una cultura y la difusión de su modelo, también implica la disolución de las particularidades que definen a las comunidades locales. Por lo tanto, la lucha que propone Frampton no es simplemente una defensa del pasado, sino una reflexión sobre cómo la arquitectura puede ser un medio para articular una modernidad que no niegue las identidades culturales regionales.
Frampton, al abordar la cuestión del regionalismo crítico, presenta una perspectiva que ofrece una resistencia explícita a la amenaza percibida de la globalización en la arquitectura. Su propuesta se articula en torno a la posibilidad de un enfoque arquitectónico que se resista a los efectos homogenizadores de la modernidad global, apelando a la creación de un espacio donde las particularidades culturales, económicas y políticas de cada región se mantengan vigentes, sin caer en un retrógrado aislacionismo.
El regionalismo crítico, según Frampton, no implica un rechazo absoluto de la modernización. De hecho, se reconoce que, en algunos contextos, como en las escuelas regionales de los países nórdicos, la aceptación parcial de los principios modernos es un paso válido. No obstante, se plantea que estos principios deben ser adaptados y puestos al servicio de las particularidades de las regiones en las que se materializan. De esta forma, Frampton postula que los países en vías de desarrollo, en especial aquellos de Latinoamérica, pueden utilizar la modernización como un vehículo para la emancipación cultural, política y económica, sin perder su identidad propia.
Frampton, en su crítica a la mistificación tecnológica que estaba tomando fuerza en su país natal, Gran Bretaña, a través del movimiento Hi-Tech y las propuestas de Archigram, también se opone a los enfoques nostálgicos del historicismo postmoderno. Esta corriente tendía a reproducir, de manera superficial, elementos históricos en un contexto arquitectónico moderno, sin un análisis profundo de los significados detrás de dichos elementos. Por el contrario, el regionalismo crítico busca una integración más significativa de la modernidad, que no se limite a una repetición mecánica de estilos, sino que implique una apropiación crítica y contextualizada de las ideas modernas.
Frampton ve ejemplos clave de esta adaptación en las obras de arquitectos latinoamericanos como Luis Barragán, Amancio Williams, Matías Goeritz, Óscar Niemeyer y Clorindo Testa. A través de su trabajo, Barragán, por ejemplo, parece oponerse a la invasión de la intimidad que el mundo moderno tiende a imponer. En la obra de estos arquitectos, se puede observar una adaptación de los principios modernos que responde a las características culturales específicas de sus respectivos contextos, sin ceder ante la homogenización global. Frampton considera que esta actitud constituye un posible “tercer camino”, que se aleja tanto de la exaltación irracional de la tecnología como de la nostalgia historicista, y que abraza una modernidad crítica, sensible a los matices locales y las necesidades de cada región.
Frampton introduce el concepto de “regionalismo crítico” como una práctica arquitectónica que, lejos de ser un estilo rígido, se constituye como una categoría capaz de agrupar diversos proyectos con características comunes. Esta corriente arquitectónica se erige principalmente como una respuesta a la erosión de la naturaleza vinculada al progreso de la civilización en la posguerra. Es una crítica que se alimenta de un profundo análisis de las tensiones entre los avances de la modernidad y el respeto por la identidad cultural local, como ejemplifican las obras de Aris Constantinidis y Dimitris Pikionis en Grecia. En estas obras, se observa un uso de principios modernos que, sin embargo, se enriquecen con las particularidades culturales y territoriales del lugar, reafirmando la idea de que la modernidad no debe desvincularse de las tradiciones locales.
Este enfoque pone de manifiesto una tensión esencial entre el carácter racional y universal de las estructuras de hormigón armado, representativas de la modernidad, y la naturaleza más táctil y local de materiales como la piedra, o de los colores, como se aprecia en las obras de Barragán. Tal como señala Frampton, el regionalismo crítico no se limita a una estética particular, sino que debe entenderse como una práctica marginal que se desarrolla en contextos que, hasta ese momento, no habían sido considerados como parte del núcleo del movimiento moderno. Esta marginalidad está cargada de una crítica a la modernización, pero sin renunciar a los aspectos liberadores y progresistas de la propuesta moderna.
El regionalismo crítico se caracteriza, entre otras cosas, por un enfoque arquitectónico que subraya la relación del edificio con su emplazamiento, con el territorio. Esta relación no se reduce a una mera adaptación al entorno, sino que enfatiza una comprensión más profunda de los contextos específicos, como la topografía, el clima o la luz, tal como se observa en las obras nórdicas. En estos proyectos, las fachadas y los huecos no son meros vacíos, sino espacios de transición diseñados para responder activamente a las condiciones particulares del sitio, funcionando no solo como elementos estéticos, sino como mecanismos funcionales de interacción con el entorno.
Asimismo, el regionalismo crítico pone un énfasis notable en la experiencia táctil del espacio. No se limita a la percepción visual, sino que reconoce la importancia de los otros sentidos en la relación con el entorno. Este enfoque sensorial es clave para entender cómo las construcciones, además de cumplir una función estética, se convierten en experiencias completas, donde el tacto y la materialidad son tan fundamentales como la visión. Finalmente, este enfoque recurre a elementos vernáculos reinterpretados, y, en ocasiones, extrae de culturas ajenas elementos que resuenan con las necesidades y características del lugar, ampliando así la definición de lo “local” más allá de los límites estrictos de una cultura determinada.
El regionalismo crítico, por tanto, no se circunscribe a un estilo unificado, sino que aboga por una diversidad de soluciones que respetan la modernidad, a la vez que la reconfiguran en un diálogo constante con las tradiciones y particularidades locales.
Kenneth Frampton, en su propuesta sobre el regionalismo crítico, plantea una visión que, a pesar de su relevancia para entender la arquitectura de posguerra, está sujeta a ciertas críticas. Su enfoque se presenta como un intento de cultivar una arquitectura contemporánea que se relacione con el lugar de construcción, sin caer en una hermeticidad excesiva ni en un rechazo al uso de referencias de otros lugares o avances tecnológicos. Sin embargo, esta postura parece basarse en principios tan amplios que, más que como una categoría definitoria, pueden leerse como las preferencias subjetivas de Frampton por determinadas obras.
En términos más específicos, el regionalismo crítico, según Frampton, florece en aquellos contextos culturales que logran evadir la homogeneización impuesta por la civilización occidental. En su discurso, menciona países en los márgenes de la influencia europea, como los de América Latina, algunos países asiáticos e incluso Grecia, un país que, aunque ubicado en Europa, se percibe siempre como periférico. Este enfoque pone en evidencia una tendencia a asociar el concepto con naciones que se sitúan fuera de los grandes centros de poder y modernidad.
No obstante, al analizar los principios propuestos por Frampton, surge una interrogante: ¿realmente son estos principios universales de aplicación global, o más bien reflejan una visión idealizada de la arquitectura? Las referencias a aspectos como la luz, el clima o la relación con el emplazamiento, que se suponen fundamentales en el regionalismo crítico, no son exclusivas de contextos considerados periféricos. ¿Acaso no prestan atención al lugar, a la luz o al clima los arquitectos de países como Francia o Estados Unidos? ¿No es cierto que en regiones como Europa del Norte o América Latina se utiliza el ladrillo de manera similar? La relevancia del agua en la obra de arquitectos como Barragán, a menudo considerada un rasgo distintivo de las culturas hispánicas, no necesariamente se limita a una geografía específica. Asimismo, el uso del color, tan característico en la arquitectura mexicana, podría ser igualmente apropiado en otros contextos.
Estas preguntas reflejan una debilidad en la propuesta de Frampton: su regionalismo crítico no establece una categoría clara ni una distinción precisa que permita clasificar un proyecto como regionalista crítico. De hecho, su enfoque parece resumir más las preferencias personales del autor que un marco teórico robusto para evaluar la arquitectura. Esta falta de rigor ha sido ampliamente criticada por historiadores y críticos de la arquitectura, quienes cuestionan la validez de una categoría tan ambigua y general.
En el contexto de una clase dedicada a la arquitectura española, como se indicaba en la guía del curso, surge la duda sobre la aplicabilidad de los principios de Frampton para comprender la arquitectura de los años 60 y 70 en España. Aunque Frampton menciona a varios arquitectos españoles, como Koderck, dentro del marco del regionalismo crítico, es cuestionable si su hipótesis puede realmente dar cuenta de la complejidad de esos contextos arquitectónicos. Su propuesta, aunque útil para entender ciertos aspectos de la arquitectura de posguerra, parece insuficiente para categorizar o evaluar proyectos específicos bajo el prisma del regionalismo crítico.
El enfoque de la arquitectura regionalista crítico propuesto por Kenneth Frampton busca una adaptación de los principios modernistas a contextos geográficos y culturales específicos. Este intento de vincular la modernidad con una serie de tradiciones locales es, en muchos casos, problemático. Frampton asume la existencia de una raíz común de la modernidad, representada por arquitectos como Gropius, Mies y Le Corbusier, a partir de la cual otros arquitectos, considerados de menor rango, solo adaptarían estos principios a sus respectivos contextos nacionales. Esta postura es criticable, pues implica una visión simplista del movimiento moderno. La suposición de que hay una esencia fija, original e inmutable del modernismo que puede ser adaptada a diferentes regiones parece desconectada de la realidad histórica y arquitectónica.
Por ejemplo, la arquitectura nórdica, aunque claramente influida por el racionalismo y el modernismo de las primeras generaciones del movimiento, no se reduce simplemente a una adaptación de esos principios. En el caso de Alvar Aalto, su obra no solo se nutre de la tradición modernista, sino que también ejerce una influencia directa sobre otros arquitectos, incluido Le Corbusier. La influencia no sigue un modelo unidireccional, sino que se distribuye de manera compleja y mutua entre los arquitectos de diferentes regiones, como se puede observar en la interacción entre los arquitectos nórdicos e italianos.
En efecto, la interpretación regional italiana del modernismo, ejemplificada en la obra de Carlo Scarpa, no es solo una respuesta a los textos de Le Corbusier o Mies, sino que también se ve enriquecida por la influencia de la arquitectura nórdica. De este modo, el proceso de adaptación del modernismo no es unilateral ni homogéneo. Más que una estructura jerárquica, la red de influencias arquitectónicas se asemeja a un tejido interconectado, donde las influencias circulan de manera lateral y horizontal entre arquitectos de diversas tradiciones regionales. Así, no es apropiado hablar de una raíz común que se adapta a diferentes contextos nacionales sin considerar las complejidades de estas interacciones y las influencias cruzadas que existen.
En este sentido, el regionalismo crítico, al tratar de mapear influencias de manera lineal y estructurada, omite la riqueza de las relaciones arquitectónicas transnacionales y la multiplicidad de influencias que circulan libremente entre diversas tradiciones. Al final, lo que Frampton, como autor inglés, parece admitir con su teoría es una cierta culpa por haber reducido la historia de la arquitectura a una narrativa principalmente europea, ignorando o minimizando la importancia de las influencias externas y la participación activa de arquitectos de otras partes del mundo.
La arquitectura española, en sus primeros proyectos de figuras como Koderk, Alejandro de la Sota y Miguel Fisak, se presenta como una revisión crítica del Movimiento Moderno. Si bien es indudable que estos arquitectos se vieron influenciados por corrientes internacionales, como la arquitectura italiana, nórdica y la de la escuela de los “Tim Tem”, es crucial reconocer que sus aproximaciones no se reducen a una mera imitación de estilos ajenos, sino que se entrelazan con una red de influencias cruzadas, tanto horizontales como verticales.
Una de las principales críticas al concepto de “regionalismo crítico” de Kenneth Frampton radica en su simplificación de las influencias arquitectónicas, sugiriendo que estas siguen un patrón jerárquico de “centros” y “periferias”. Esta visión, más lineal y dicotómica, es vista por muchos historiadores y críticos como reductora, pues no tiene en cuenta la complejidad y fluidez de las relaciones entre diferentes tradiciones arquitectónicas. La verdadera riqueza de la arquitectura de la periferia, como la española, radica en la interacción dinámica entre las diversas influencias que fluyen en múltiples direcciones, tanto desde los centros como desde las regiones periféricas.
El ejemplo de la arquitectura española, donde el conocimiento profundo de la arquitectura nórdica se fusiona con las tradiciones locales, demuestra que la influencia no debe ser entendida como un simple proceso unidireccional o como un árbol con un tronco central. En este contexto, resulta más apropiado hablar de una red de influencias que se cruzan y dialogan, sin jerarquías preestablecidas, lo cual desafía la noción del regionalismo crítico y propone una visión más inclusiva y multidimensional de las conexiones arquitectónicas.
El trabajo de los estudiantes en comparar un edificio de arquitectura española con uno de arquitectura nórdica podría revelar, por tanto, estas complejas interacciones, donde la influencia no se limita a los centros de poder arquitectónico, sino que es parte de una red que conecta diversas tradiciones de manera horizontal y vertical. Este enfoque permite una comprensión más rica y matizada de la evolución arquitectónica, superando las limitaciones del modelo tradicional propuesto por Frampton.
Por otro lado, la reflexión de Josep Llinas sobre Alejandro de la Sota, al decir que “un edificio o una cuerda se convierte en un paraguas”, ofrece una visión interesante sobre el trabajo del arquitecto. Llinas lo compara con John Cage, quien afirmaba que no componía con notas musicales, sino con ruidos. Esta analogía puede aplicarse a la obra de De la Sota, quien no proyecta con sistemas compositivos rígidos, sino con una sensibilidad hacia los materiales y su capacidad para generar nuevas formas y experiencias espaciales. De esta manera, De la Sota no solo construye con materiales, sino que emplea estos elementos como herramientas expresivas dentro de un lenguaje arquitectónico único y profundamente personal.
Alejandro de la Sota desafía las convenciones de la arquitectura al presentar una visión que desvía la atención de la forma construida tradicional. En su enfoque, se permite olvidar la arquitectura convencional, despojando al edificio de sus características estructurales evidentes para transformarlo en algo más sutil, casi intangible. En su obra, como en el caso del gimnasio Maravillas, lo que se percibe es la capacidad de hacer arquitectura casi sin ella, según su propia definición.
De la Sota no solo prescinde de los elementos arquitectónicos clásicos, sino que manipula los materiales de formas inusuales. Transforma una cuerda en un paraguas, llevándonos a la reflexión sobre el potencial latente de los materiales que, cuando se descontextualizan y se presentan en formas inesperadas, adquieren un significado completamente nuevo. Este tipo de intervención nos invita a cuestionar las fronteras entre lo que entendemos como arquitectura y lo que podría ser una materialización de la creatividad pura, sin las restricciones de una función preestablecida.
En su capacidad para retorcer y distorsionar lo que tradicionalmente se considera “arquitectura”, Alejandro de la Sota establece una propuesta donde la forma y la estructura se disuelven en favor de una visión más libre y dinámica del espacio. Su obra plantea una reflexión sobre la arquitectura que va más allá de lo visible, introduciendo una narrativa en la que el acto creativo se convierte en un proceso transformador que desafía nuestra percepción de lo que puede ser un edificio.
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